27. PLUMAS

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La cena en Malfoy Manor tenía a Hermione muy inquieta. Escasamente había visto a Lucius y Narcissa durante los veintiún años que habían pasado desde la Batalla de Hogwarts. Ellos, debido a su papel durante esa guerra, habían mantenido un perfil bajo, siendo Draco quien se había encargado de limpiar el apellido con sus acciones y con su trabajo; por ende, ella no sabía qué posición tenían ellos en ese momento con respeto a la supremacía de la sangre. Nadie hablaba de esos temas, no en público al menos, pero no dejaba de atormentarla la situación.

Desde que Draco le había dicho que los visitarían el siguiente fin de semana para cenar, había empezado a tener pesadillas, o no sabía bien si eran recuerdos, donde Lucius era el principal protagonista, con su varita en ristre, persiguiéndola por el departamento de misterios. En otras se encontraba en el piso de la mansión con una desquiciada sobre ella. Se despertaba repitiéndose que de eso ya habían pasado demasiados años y que ahora todo era muy distinto. Se había estado sugestionando que debía tomar esa visita como una mera formalidad antes de dar oficialmente a conocer su relación a toda la comunidad mágica. Ella estaba acostumbrada a tratar con políticos, había luchado por derechos de criaturas mágicas, había hecho muchos cambios que beneficiaban a todos. Esto no podía ser muy diferente. Inclinar la cabeza, apenas rozar una mano como saludo, estar de acuerdo con todo lo que dijeran, respirar profundo si decían algo que no le gustaba y endulzar el momento con el postre. ¿Qué podría salir mal? Ya no era la niña de dieciséis que se había enfrentado a Lucius. Era una mujer segura de sí misma, que tenía el apoyo incondicional de Draco y que era consciente de que había pasado demasiado tiempo como para aún resentir algo.

Ginny la había acompañado al atelier de Pansy para elegir el vestido adecuado. Algo sobrio, pero informal; tampoco era que iba a visitar a la reina de Inglaterra. Esa tarde peinó su cabello con un moño alto, se maquilló y el vestido de color azul cobalto tipo sastre Madame Bobinê le dio el toque final. Elegante sencillez.

—Creí que habías dicho que sí iríamos a la mansión —le dijo Draco muy serio cuando salió de la chimenea. Hermione sintió el mundo caer a sus pies.

—Yo... yo pensé que así... —dijo pasando una mirada por su vestido.

—Hermione, estás perfecta —le susurró al oído, abrazándola—. El problema es que estás tan hermosa que me está provocando unas inmensas ganas de quedarme acá y explorar qué hay debajo de ese vestido. —Draco estaba aspirando su perfume y ella sintió un escalofrío recorrer la espalda; el repentino calor en sus mejillas le dio un rubor natural.

—¡Draco! —le dijo soltándose del abrazo y fingiendo enojo—. Eres un tonto. Me asustaste...

—Al menos te hice reír. Noté que estabas muy tensa cuando llegué. —Había vuelto a abrazarla, esta vez por la espalda y le besó una mejilla—. No quiero que te sientas incómoda. No son los que solían ser, tampoco la mansión pues fue reformada por completo, si es lo que te preocupa. —Hermione negó con la cabeza—. Sé tú misma y los conquistarás como me conquistaste a mí.

—Lo dicho: eres un gran adulador.

Se había vuelto de frente a él y besó rápidamente sus labios.

Tomados de la mano, Draco tiró los polvos flu a la chimenea y pocos instantes después estaban en la mansión. Los señores Malfoy estaban esperándolos y todos se saludaron con solemnidad. No hacía falta presentaciones. Ellos sabían quienes eran y no fue necesaria esa formalidad. Salieron de la estancia y caminaron por amplios pasillos hasta llegar al comedor, donde llamaba la atención una hermosa pintura de un pavo real albino en una de las paredes. Una vez había escuchado que el señor Malfoy solía tenerlos en sus jardines, y era evidente que mantenía su gusto por tan esplendorosas aves. Las plumas habían sido pintadas tan detalladamente que parecían moverse, como si soplara una suave brisa. Hermione quizá se había quedado más tiempo de lo normal admirando el cuadro pues Draco le presionó el codo para sacarla de su ensimismamiento y mostrarle su lugar en la mesa.

A sus sesenta y seis años, Lucius mantenía su porte elegante de cuando lo había conocido y Narcissa no se quedaba atrás y en ningún momento la hicieron sentir incómoda, quizá advertidos por Draco previamente, quien con frecuencia le presionaba con cariño la mano en señal de apoyo. No parecían estar fingiendo cuando le preguntaron por sus hijos y el trabajo en el ministerio. En su interior, le envió un agradecimiento a Astoria; sabía que ella había allanado el camino al tener ideas distintas a las que ellos solían pregonar dos décadas atrás. El mismo Scorpius era un joven de mente abierta, acostumbrado a ver a los muggles y nacidos de muggles como sus iguales. Incluso Draco tenía una pose relajada, algo que le permitió relajarse también, aunque sus suegros se vieran estirados. Al final de la noche, habían pasado a la biblioteca para tomarse una copa de vino y eso también había relajado a los anfitriones. Probablemente no sería de las que tuviera la mejor relación con sus suegros, pero por lo menos se había sentido aceptada en aquel lugar donde una vez vivió lo más terrible que le había sucedido en la vida. Para ser sincera consigo misma, ni se había acordado de eso, probablemente por los nervios, o quizá porque todo era diferente ahora: tenía a Draco a su lado, y nada malo podría ocurrirle si él la veía con aquella mirada que le demostraba cuánto le importaba, si sostenía su mano entre la de él haciéndola sentir segura donde fuera que estuvieran.

 Para ser sincera consigo misma, ni se había acordado de eso, probablemente por los nervios, o quizá porque todo era diferente ahora: tenía a Draco a su lado, y nada malo podría ocurrirle si él la veía con aquella mirada que le demostraba cuánto l...

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