29. NOCHE

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Acción de gracias había tenido un nuevo significado ese año pues Hermione tuvo mucho que agradecerle a la vida: tener a Draco a su lado, saber a sus hijos felices, tener amigos que la apoyaban y saber sanos a sus padres era más que suficiente.

Draco no escatimaba en llenarla de detalles, no precisamente materiales. Una nota ocasionalmente sobre su escritorio, una flor sobre la almohada que veía cuando ya se iba a dormir, llegar de sorpresa al ministerio y raptarla para ir a almorzar, un masaje en los pies si sabía que había estado mucho de pie. Era imposible que Hermione, a solas y muy de vez en cuando, no comparara lo diferente que era su vida al lado de Draco con los años al lado de Ron.

Por supuesto que ella sabía que no todas las personas eran iguales. Ron definitivamente nunca había sido un hombre detallista, al menos, no con ella y quizá por eso nunca lo había echado en falta. Pero esos gestos, que nada tenían que ver con dinero, y que Draco no se cansaba de prodigarle y que no habían menguado con el paso de los meses, evidentemente eran vitales para mantener la llama viva del amor al punto que incluso ella misma había empezado a ser detallista con él.

Esa Navidad, habían decidido pasarla juntos en casa de Draco, acompañados de sus hijos y después Hugo y Rose fueron un rato a La Madriguera. Contrario a lo que había imaginado, Hermione no extrañó a los Weasley. Posteriormente, y a pesar de la insistencia de Draco en acompañarla, viajó con sus hijos a Australia en Año Nuevo pues quería poner a sus padres al tanto de su nueva relación sin la presencia de él. Los señores Granger habían apreciado mucho a Ron y se les había dado mucho su traición, por lo que se habían puesto felices porque su hija tuviera una nueva ilusión en la vida. La veían radiante y eso era lo más importante.

A su regreso, una noche de principios de enero, cuando recién había regresado, Draco había preparado una cena especial para recibirla y en un arrebato debido a los días que no habían estado juntos, le había pedido que se mudara con él, algo que en realidad era una mera formalidad, una forma de hacerlo oficial puesto que prácticamente pasaban juntos casi todas las noches desde hacía unas semanas. La había tomado por sorpresa y no había respondido. Él, entendiendo, le había dado un beso en la mano y le había pedido que lo pensara, sonriendo.

Abrazada a su cuerpo bajo las elegantes sábanas blancas, repetía en su cabeza una y otra vez múdate conmigo pero muy clara en que ella no tenía nada qué pensar. Su paulatina mudanza a la bonita casa de Draco se había ido dando tan natural que no se había percatado de las pocas noches a la semana que pasaba en el pequeño apartamento que Harry y Ginny le habían ayudado a buscar cuando se divorció. Incluso sus amigos preferían buscarla en el que ahora consideraba su hogar y eso la hizo sonreír.

Lentamente se levantó para no despertarlo, fue al vestidor por su bata de seda color coral que Draco le había regalado para Navidad y con sigilo salió de la habitación. Sin encender las luces y guiándose por la claridad que entraba a través de las ventanas, empezó a recorrer el pasillo que la llevaba hasta la sala de estar, reconociendo en varios rincones su influencia; un gran Smart TV en una de las paredes le provocó una sonrisa. En la cocina, varios de sus utensilios rojos contrastaban con los de negros de Draco y de la decoración; en la encimera había unos frascos conteniendo sus galletas y golosinas favoritas, y en la alacena, habían hecho un espacio para los víveres muggles que ahora él también comía. Incluso Izzy tenía ahora un espacio junto al águila real de Draco en la pequeña lechucería.

—Hola —murmuró Draco a sus espaldas para luego abrazarla por detrás.

—Hola... —Pegó la cabeza en su pecho. Ella notó que vestía únicamente el pantalón del pijama.

—De pronto sentí frío y era porque no estabas. ¿Todo bien?

—Sí...

—Convénceme... —Él le besó una mejilla y ella sonrió aunque por la oscuridad y el hecho de estar a su espalda, él no la podía ver—. Puedo escuchar todo ese ruido dentro de tu mente, Hermione... y no tiene que ver con la legeremancia. —Draco la separó de su cuerpo, le dio vuelta para ponerla frente a él y poderla ver directo a los ojos—. ¿Tan malo es vivir conmigo?

—¡No! —se apresuró a aclarar—. Todo lo contrario. Es solo que no me había percatado que prácticamente vivo acá...

—Y no sabes lo feliz que eso me hace, aunque...

—¿Sí?

—Lo que realmente quería era pedirte que te casaras conmigo, pero te veo tan asustada con esto... —Hermione contuvo la respiración.

—No me asusta —respondió con decisión y sintiendo ruborizarse sus mejillas.

—Qué bueno, porque sabes que te amo, Hermione, y nunca he estado tan seguro de algo en toda mi vida. Deseo casarme contigo más que cualquier cosa que haya deseado alguna vez. Tanto así que desde hace varios meses llevo siempre conmigo un anillo en la túnica esperando un momento... y resulta que lo pedí ahora y no traigo el anillo. —Intentó sonreír.

—¿Al señor Draco Malfoy se le salió algo de control? —preguntó Hermione con una sonrisa traviesa, abrazándose al cuello del mago.

—Eso es un efecto suyo, señorita Granger. ¿Podría haber algo menos romántico que pedir matrimonio en una cocina, sin anillo ni el ambiente adecuado?

—Para un mago, todo eso debiera ser muy fácil de solucionar... —Había picardía en sus palabras.

—¿Me estás retando?

—Puede ser... —Se mordió el labio inferior con nerviosismo.

—¿Eso podría darme las esperanzas de un sí?

—¿Por qué no lo compruebas?

—Son las dos de la mañana y afuera hay tormenta de nieve...

—¿Es eso una excusa, señor Malfoy?

Draco la tomó entre sus brazos y la besó con ímpetu.

—¡Me vas a volver loco! ¡Dame diez minutos! Ponte algo abrigado.

Le dio un beso rápido y la dejó ahí en la cocina, con la piel completamente erizada por la anticipación, preguntándose qué podría hacer Draco ahora para sorprenderla.

Le dio un beso rápido y la dejó ahí en la cocina, con la piel completamente erizada por la anticipación, preguntándose qué podría hacer Draco ahora para sorprenderla

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