CAPÍTULO XVIII.

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Ignoro en qué momento ha desaparecido la armonía entre nosotros, mas no me precipito en creer que ha sido toda una farsa por su parte; poso mis ojos sobre él, advirtiendo de un malévolo brillo manifestándose, no obstante, distingo cierta diferencia en ellos. Frunzo el ceño, tratando de situarme en mis momentos vividos para entender su posición. Oh, entiendo. Respiro profundamente.

—¿No tuviste suficiente la última vez?

Mi tono incitante le estimula a acariciar sus labios con la lengua.

—Considero que debo explorar a profundidad tus grandes habilidades con la espada.

Su tenue pausa reflexiva me obliga a cohibir la risilla que trata de asomárseme por la comisura; sus palabras cuidadosas atisban cierta lascivia en su tonalidad, si bien, aunque sus intenciones puedan parecerme divertidas, ahora mismo me encuentro en total desventaja; arrugo mi nariz en un mohín y ladeo la cabeza, clavando mis ojos en los suyos.

—Tentador, mas ¿cómo pretendes qué...? ¡Eh! —Su súbita arremetida hacia mí me obliga a esquivar la amenazante estocada—. ¡Voy desarmada!

—Deberás hallar la forma de cambiar eso —dice, ladeando la hoja antes de posicionarse y abalanzarse nuevamente contra mí.

Mis pestañas revolotean inquietas y busco apresuradamente la daga que aguardo en mi pantorrilla, sin embargo, no la porto conmigo. ¡Maldición! Blasfemo para mí cuando recuerdo que se la lancé antes de que viniésemos a este lugar.

Me deslizo ágilmente por la húmeda superficie; su afilada hoja me amenaza y ataca, resonando en las piedras mediante un estruendoso sonido que genera eco al sintonizarse con el rompimiento del oleaje. Percibo los nervios aflorar por cada poro de mi piel y la adrenalina recorrer mi organismo; ignoro cómo salir intacta de esta situación, mas me niego a rendirme. Debo encontrar la manera, pienso, mas mi cabeza bombea debido al frenesís.

—¿Eres consciente de que este juego no está siendo equitativo? ¡No puedo hacer aparecer espadas como tú, Peter!

Su risa resuena; en cierto modo, sus arremetidas son puros balanceos de hoja, mas bajar mi guardia sería condenarme.

—¿Estás segura? —pregunta, apoyando el arma sobre sus hombros antes de ladear su cabeza; frunzo el ceño y aguardo a su aclaración—. Estás en Nunca Jamás, Mavis; todo cuánto sueñes puede volverse realidad si así gustas.

Gesticulo un mohín confuso; mamá me explicó acerca de la magia que atesoraba la isla, mas nunca consideré que nada de sus historias fuese real hasta hallarme aquí. No obstante, al único ser humano que he visto hacer magia es a él.

—No soy como tú, Peter; yo no poseo magia.

Él ladea la cabeza y arquea una de sus cejas, simulando una pícara sonrisa. Le miro, mas no desvío mi total atención de la espada; desconfío de su innata capacidad de ataque.

—Sí eres como yo, Mavis; únicamente tienes la confianza algo... dormida.

Sus palabras me desconciertan, mas no me cohíbo de reír ante su tono sarcástico.

—Oh, ¿consideras qué no poseo confianza en mí misma?

Mis pestañas revolotean cuando no le encuentro frente a mí y ruedo los ojos. Oh, vamos. Trato de calmar mis nervios; de verdad, odio cuando hace esto.

—Considero qué no la suficiente —murmura en mi oído; giro en mis talones y trato de arremeter contra él con mis propias manos, mas escapa de mí y se aleja a una moderada distancia, ojeando levemente el filo de la hoja—. Posees demasiada imprudencia en ti, preciosa.

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