CAPÍTULO XXXV.

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Desconozco el momento exacto en el que me he paralizado y me he quedado sin habla, del mismo modo que ignoro el preciso instante en el que Peter y yo nos hemos encarado; el color verde esmeralda de su iris se adentra en mí como la brisa de primavera anunciando su llegada, mientras la calidez de su tacto envuelve todos los sentidos funcionales que aún resguardan en mi ser. Presiento mi corazón a un solo pálpito de desbocárseme del pecho y entregarse completamente a él, de igual forma que mi cuerpo y alma. Si bien, no puedo evitar percibir la cristalización que envuelve mis ojos, desprendiéndose de ellos mediante silenciosas lágrimas que no demoran en resbalar avivadamente por mis mejillas, incitando a que sus pulgares detengan su recorrido mediante una ligera acaricia cuando sus manos acunan mi rostro con dulzura.

Sin decir nada, le atraigo hacia mí y atrapo sus labios con cierta ansia, advirtiendo de un sutil gimoteo envolver mis oídos cuando accede y me arropa entre su —tan añorada y cautivadora— calidez. Sentir nuevamente su boca dominar la mía con suma ímpetu me cerciora del miedo que tanto ha protagonizado en mi ser en todo este transcurso en el que consideré la posibilidad de no volver a verle. A tocarle. A tenerle junto a mí. Y saber que es recíproco, únicamente me instaura una plenitud desconocida y armoniosa que no deseo que finalice; con Peter he hallado la paz que no creí recuperar tras la pérdida de mi padre.

Y sólo me ha bastado enamorarme de él para ello.

Acojo aire, con cierta precipitación, en el momento que sus labios me permiten un mísere espacio; sus ojos me observan con tanta profundidad y dulzura que me es inevitable no tragar saliva con superficial timidez. Soy más que consciente de que no aguarda una respuesta inminente por mi parte, mas también de que ésta no es necesaria; no obstante, no puedo evitar acariciar sutilmente su ruborizada mejilla.

—No oses accionar de forma tan imprudente de nuevo —dice, apaciguando la agitación de su respiración, e instigándome a sonreír ligeramente, en el instante que cede a mi caricia, cerrando sus ojos efímeramente y agarrándome la mano con un ápice de fuerza ejercida—. No soportaría perderte otra vez.

Me encojo de hombros y ladeo la cabeza.

—No puedo prometerte tal cosa, Peter —declaro, impulsándole a mirarme con vago recelo y ostentosa incredulidad—. Volvería a sacrificarme cuantas veces fueran necesarias por ti.

Mis palabras le incitan a inspirar hondo y apoyar su frente sobre la mía, agraciando mis labios con su suave suspiro mientras su nariz me acaricia armoniosamente.

—Eres demasiado obstinada —murmura, encubriendo la risilla que trata de precederle; pellizco mi labio inferior, cohibiéndome de reír también.

—Lo sé.

Brama silenciosamente mediante un resoplido y besa la palma de mi mano, cuya aún se mantiene acunando su rostro, posando sus ojos sobre mí posteriormente.

—Acabaré enloqueciendo por tu causa.

Aprieto los labios y gesticulo un mohín divertido, arqueando las cejas.

—Dudo que puedas hallar más locura de la que abasteces...

Peter desorbita ligeramente sus ojos y desencaja ofensivamente su mandíbula; sin dilación, humedece sus labios y acaricia su perfecta dentadura con la lengua. Trato de no reír a medida que intento alejarme, mas él no me lo permite y me aproxima a su cuerpo nuevamente.

—¿Intentas provocarme?

Hago un ademán de fraudulenta reflexión antes de responder:

—Quién sabe... ¿por qué? ¿surge efecto?

Su mano súbitamente atrapa mi mandíbula y me aproxima a su rostro; sus dientes pellizcan mi labio inferior con cierta saña, precedente a que me bese bastamente y emita un gruñido desde las profundidades de su garganta.

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