CAPÍTULO XXVI.

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El canto de las aves acapara mis oídos; frunzo el ceño y abro diligentemente los ojos. Sorprendentemente, he dormido de fábula.

Bostezo; me encuentro resguardada bajo una cálida y suave manta de piel, mas no sé dónde me encuentro hasta advertir de mi desnudez y el lugar en donde me hallo durmiendo. Mis pestañas revolotean en el momento que mi cerebro rememora lo ocurrido de anoche, sonrojándome. Oh, madre mía. Me incorporo de un brinco y me cubro con la manta cuando observo los interiores del Árbol del Ahorcado. Oh, por todos los dioses, reflexiono al no asimilar aún lo sucedido, sin embargo, todos mis pensares se desvían cuando mi pierna altera el objeto bajo mis pies; un bol repleto de agua junto a unas hojas de menta sobre él. Ladeo la cabeza con curiosidad, mas el ronco sonido del árbol distrae mi atención enfocándome hacia la ágil figura que desciende desde la obertura.

—Buenos días.

Su cuerpo se detiene frente a mí antes de que sus manos dejen con delicadeza una cesta repleta de pan y alimentos sobre la cama.

—Has sido tú todo este tiempo, ¿no es así? —pregunto, acaparando su total atención cuando frunce el ceño y ladea la cabeza curiosamente—. Dejar el bol y las hojas de menta en mi puerta.

Su comisura se alza sutilmente, mas sus gestos parecen prescindir de responder a mi pregunta directamente.

—Deberías comer algo, debemos volver con Los Perdidos; han preguntado tanto por ti que han conseguido atosigar mi preciada paciencia —comenta en un intento por evadir mi curiosidad, más decido insistir:

—¿Me has estado vigilando todo este tiempo?

Peter inspira profundamente y aproxima sus pasos hacia mí antes de acuclillarse para nivelar nuestra altura; su cálido roce acariciando la desnudez de mi pierna me provoca un sutil estremecimiento.

—Únicamente estaba siendo precavido.

Alzo mis cejas con sorpresa; ¿precavido?

—¿Para evitar que escapase? —bromeo, haciéndole reír levemente.

—Para evitar que murieses a causa de tu insensatez —aclara—. Mas, aun así, has conseguido ponérmelo bastante difícil.

Oh.

—¿Por atentar contra tu vida? —oscilo.

—Por ceder a que tu curiosidad posea más peso que tu coherencia —explica con cierto retintín en su voz—. La última vez que me permití ignorar tus acciones casi te conviertes en presa para las sirenas del Arrecife.

Inspiro profundamente y carraspeo mi garganta al percibir el verde de sus ojos, tan efusivamente brillante, clavados en los míos.

—Te noto algo perceptible —suscito con mofa.

Acoge aire severamente y se acaricia los labios con recelo.

—No deberías provocarme —advierte, ocasionando que apriete mis labios y muerda mi mejilla internamente, eludiendo reírme de sus reacciones, mas prosigo con mis inspiradores comentarios:

—Así que has estado cuidándome entre las sombras —murmuro en medio de un inofensivo mohín—. Quienquiera que te descubriese, sospecharía sin creces que gozas fisgoneando, Peter Pan.

Sus pupilas se dilatan y su lengua acaricia sus labios con sutileza, en un intento de no ceder a mis provocaciones, mas mi inadvertida seducción parece alcanzarle de manera rápida cuando advierto sus dedos adentrarse hacia el interior de entre mis piernas.

—Debo asegurarte de que, en ausencia de prisas, tu lengua estaría centrada en otras distracciones más ocurrentes —masculla mientras aproxima sus labios hacia los míos; tanteo mi cabeza hacia él, cediendo lentamente a sus incitaciones lascivas cuando la calidez de su tacto sobre mí amaga con culminarme de insólitos placeres—. Mas debemos irnos.

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