CAPÍTULO XL.

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Ladeo la cabeza y analizo cautelosamente la posición con la que la pelirroja está dispuesta a accionar, aguardando al fatídico tiro que no demora en direccionar la flecha hacia la pared, eludiendo bastamente la diana y provocando que un bufido amargo emerja de sus voluminosos labios, tras oír el seco golpe al caer la flecha en el césped.

Percibo la cristalización de sus ojos, dispuestos a desprenderse de la desmesurada cantidad de lágrimas que están avispadas en salirse al mínimo parpadeo; no puedo evitar simular una ligera sonrisilla que cohíbe mis ganas de reír.

—¡Nunca lo lograré! —grita, dispuesta a estrellar el arco contra el suelo en su arranque de frustración; sin pensármelo, apresuro mis andares hacia ella para detener sus pretensiones, acogiéndola en la desprevención.

—Gwen, ¿qué te tengo dicho sobre intentar romper las armas? —interpelo, entornando con mayor hondura la mirada sobre ella.

Las pestañas de Gwendolin revolotean con inquietud, permitiéndome distinguir la palidez de su rostro al atisbarme con tanta seriedad; rápidamente, se recompone y se sitúa con firmeza ante mí, agraciándome con una aligerada inclinación de cabeza que muestra su disculpa.

—Qué puede ponernos en peligro en caso de que se rompan... —murmura, a medida que elude mis ojos.

Asiento y me acuclillo ante ella.

—¿Y bien?

Sus labios gesticulan un puchero, mientras su mirada se posa nuevamente en mí y me muestra la reiterada cristalización de sus ojos.

—P—Pero es que.... Es que... no lo consigo —solloza.

Suspiro, irguiéndome y colocándome a sus espaldas, entretanto mejoro la posición de su cuerpo y le doy ligeros golpecitos en los puntos clave para mantener mayor equilibrio. Una vez su postura es la adecuada, le acomodo el arco entre las manos y agarro una flecha de su carcaj, acuclillándome nuevamente junto a ella.

—Mantén la espalda recta, así... Bien —guío, corrigiendo sus movimientos y reclamándole mantener la firmeza en la sujeción del arma—. Ahora debes estirar la cuerda hasta que percibas el roce de tus dedos sobre la mejilla... Cuidado con tus orejas o te las dañarás... Perfecto; apuntamos e inspiramos profundamente... Haz fuerza en el abdomen. Sí, muy bien; y ahora.... Espiramos y dejamos que deslice.

Sin reproches, Gwen lanza la flecha, alcanzando un punto próximo al objetivo.

—Le he dado... —asombra, danzando sus oscuros ojos hacia mí; el destello que desprenden es tan divertido que me es imposible no reír sutilmente y asentir.

—Por poco, pero sí —felicito—. Ejercita la postura, así a la próxima darás en el blanco.

Ella asiente con énfasis y me abraza.

—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! Eres la mejor maestra del universo —alegra.

Acojo su abrazo y la apresuro a centrarse en cuanto oteo la hora; la clase recién ha finalizado y no debe demorarse en volver a su casa, del mismo modo que los demás alumnos. Así que, sin distracción, comienzo a dar palmadas, aclamando la atención de todos los presentes:

—¡Niños, es hora de irse! ¡El miércoles más! —aviso, avispándolos a que guarden los arcos en su lugar predilecto, antes de poder recoger sus pertenencias, cuyas reposan en los banquillos del fondo; desciendo la mirada hacia la pelirroja, quien aún se mantiene abrazada a mí, y le doy unas leves palmaditas en la espalda entre risillas: —. Tú también, Gwen.

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