CAPÍTULO XXXIV.

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Mi cabeza se revoluciona al tratar de procesar tanta información de golpe; nunca hubiese imaginado que el verdadero enemigo se hubiese estado ocultando durante todo este tiempo entre nosotros. Su traición, había desamparado a Peter y a Los Perdidos a una ardua confusión que no lograba alcanzar la comprensión de sus actos, o quizá sí. Quizá, tratar de entender el dolor que supone una pérdida, fue la causa por la que no conseguimos mirar con mayor profundidad a la oscuridad de sus castaños ojos y distinguir la verdadera maldad que tan exitosamente se había estado encubriendo en ellos. Todo Nunca Jamás había sido un completo necio por creer que un niño sólo estaba actuando de manera precipitada, siendo la impulsiva rabia el que lo estaba controlando.

Sin embargo, nunca fue así; era ese mismo niño que, ante ojos inocentes, nos había estado controlando a todos, sin excepción.

Y fue en ese momento, que lo comprendí; no fue el recelo de la pérdida, ni tampoco una rabia contenida el que había movido a Wyatt hasta donde se encontraba ahora. No. Fue su propia codicia; una que había mantenido dormida a ojos de aquellos que le rodeaban. Una maldad que siempre había acechado en él y que había sido de lo más imperceptible e impredecible para nosotros. Porque no todos decidimos vivir con bondad, quizá actuar con ella en algunas ocasiones; mas sus fines, jamás serían de tal indulgencia como los de alguien que posee pureza y desea desprenderse de ella. La pureza duele y atormenta a quienes tratan de mantenerla, mas la maldad es aquella capaz de envolverte en un regocijo narcisista, que te hace creer que nunca podrás salir martirizado.

En ese preciso instante, en mi mente únicamente anhelaba poder alcanzar la gran espada que amenazaba el corazón de Peter; debía impedir —a como diese lugar—, que Wyatt se apropiase de su poder y, junto a él, de todo Nunca Jamás.

En mi completo, e inconsciente, deseo por detener la catástrofe que se halla a un ápice de ser culminado, no percibo que mi propio grito ensordecedor es más que una simple llamada a la desesperación que protagoniza mi ser. Mi alrededor se envuelve en una insólita cámara lenta en la que distingo a Wyatt a un movimiento de apuñalar el corazón de Peter. Si bien, para cuando considero que mis motrices no son lo suficientemente hábiles, una luz de esperanza emerge frente a mí como la explosión de una lluvia de estrellas; la figura majestuosa de la líder de las sirenas se exhibe mediante un augusto salto en el que atrapa la enfocada figura del pecoso para llevárselo consigo hacia las aguas. El corazón se resbala de entre sus manos y cae ante mí, avispándome en recogerlo rápidamente del suelo ahogado en oro.

—¡Mavis! —El desesperante grito de Wyatt me aviva a otear su intento por sobrevivir—. ¡Ayúdame! ¡Por favor! ¡Mavis...! ¡No permitas que me lleven...!

Sus despavoridos chillidos parecen ser una armonía aclamadora para las sirenas del Arrecife, cuyas no demoran en acudir en manada a por el muchacho que lucha por no hundirse en sus aguas; sus ojos se cristalizan y desorbitan al advertir el fin que depara en su vida, rogándome clemencia y absolución por aquellos crímenes que tanto dolor han causado.

—Wyatt...

—¡Por favor! ¡Por favor...! ¡Mavis...!

Ladeo la cabeza y le observo en silencio; quizá, en mis comienzos en esta isla, no hubiese estado concorde con esto, mas las imágenes de Berel y Noah acechan en mi cabeza con ímpetu. Dos muchachos inocentes que no merecían morir por todo esto que está ocurriendo. Y, aun así, lo hicieron injustamente por alguien al que siempre consideraron su fiel amigo y compañero.

No, no puedo sentir la lástima que alguna vez me podría haber infundido tras todo esto; no puedo sentir un impulso de amnistía por todo lo que ha provocado, porque no la siento en absoluto.

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