CAPÍTULO VI.

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Sacudo mis manos en un vano intento por liberarme de los cabos que me mantienen cautiva en un rincón de la cubierta; desconozco cuánto ha transcurrido desde que nos han aprisionado en el Jolly Roger, mas observo cómo los marines se turnan para echarnos cubos de agua sobre las colas. Gruño antes de desviar mis ojos hacia las dos sirenas que se hallan a mi costado.

—¿Estáis bien? —pregunto al percibir su dificultad por respirar; ellas posan sus ojos sobre mí y niegan con la cabeza.

—Debemos volver al mar lo más pronto posible.

Sus jadeos asfixiantes me desconciertan.

—¿Por qué a mí no me está ocurriendo lo mismo que a vosotras?

—Es debido a tu impureza; eres una neófita.

Otro cubo de agua salpica nuestras colas, acallándonos momentáneamente cuando el marine se ha acercado.

—El ritual no ha concluido adecuadamente.

—Por lo tanto, no eres una sirena completa.

Los epítetos que desprenden sus labios me acarician como un rayo de esperanza; si es cierto y no soy una sirena pura, significa que existe alguna oportunidad para tener piernas nuevamente.

—¿Quieres decir que puedo volver a ser humana?

—Sí.

Aspiro con cierta emoción y trato de movilizarme hacia ella, mas las cuerdas me lo impiden y me mantienen en mi puesto.

—¿Cómo? ¿Qué debo hacer?

Su falta de energía me exige aguardar con paciencia su respuesta.

—La Flor de Selene; con ella retomarás tu forma humana.

—¿Dónde puedo encontrarla?

—En las profundidades de la Laguna —susurra, tratando de no alzar mucho la voz—. Mas debes tomar su elixir antes de la puesta de sol.

Ladeo la cabeza, desconcertada.

—¿Por qué? ¿Qué me ocurrirá si no lo consigo?

Ella simula una sonrisa divertida.

—Eres una neófita; no perteneces ni al mar ni a la tierra.

Mis pestañas revolotean.

—¿Entonces...?

—Morirás.

Percibo la sangre congelárseme y el oxígeno abandonar mi palidecido cuerpo. Debo salir de aquí cuanto antes, pienso, retomando mi lucha contra mis ataduras; me aterra la idea de mantenerme aquí y morir a causa de un fallo ceremonial. La cabeza me retumba incansablemente; debo buscar alguna opción que nos permita huir de este lugar, mas debemos apurarnos si anhelamos evitar el sol amaneciente.

Maldición; piensa, Mavis. Piensa.

Danzo mis ojos de un lugar a otro; ansiando hallar cualquier forma que nos permita liberarnos de los cabos, suspiro cuando advierto de sus colas plateadas cambiando a un color dorado obscuro. Se están disecando y ellas desfalleciendo. Oh, no. Debo idear una salida al problema; debo apresurarme. Piensa, piensa. Desvío mi vista vagamente hacia los recogidos de sus largos cabellos, distinguiendo fósiles marinos de lo más extraños, mas observo las púas que sobresalen de ellos, cuyos activan la bombilla de mis ideas. ¡Eso es!

Sin aguardar un segundo más, y mediante interjecciones, capto su atención:

—La concha del cabello; utilízala —musito.

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