CAPÍTULO XIX.

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Observo los vendajes que cubren las magulladuras y los cortes de ambas manos; no me duele, mi mente reflexiona sobre las palabras de Peter tras el duelo. Suspiro tras respirar profundamente; ¿de verdad soy tan insensata al pelear como él dice? Gesticulo un ligero mohín y arrugo la nariz; no suelo darle importancia a sus comentarios, mas sus pretensiones han sido extrañas. Maldición, desde lo ocurrido en el Árbol del Ahorcado todas sus pretensiones me confunden.

Espabila, Mavis.

Me doy un par de palmadas en las mejillas y reacciono; no debo confiar en Peter. Danzo mis ojos hacia el gran ventanal; los primeros rayos solares dan entrada a un nuevo amanecer en Nunca Jamás; no he podido dormir, mas no me siento cansada físicamente. Me incorporo e irgo de la cama, dirigiéndome hacia el bol de agua que se encuentra sobre el tocador; retiro mis vendajes y observo las magulladuras de mis manos precedente a la cicatriz de mi cuello en mi reflejo. Maldita sea, desde que me encuentro en este lugar no existe día que no tenga alguna herida en mi cuerpo. Suspiro, me aseo y me visto; necesito despejar mi mente.

A medida que transcurren los días, el camino hacia el campamento de Los Perdidos se ha tornado más ameno y rápido; la fogata y el sonido de los tambores y las varas retumban en mis oídos mientras atisbo toda una exquisita variación de manjares sobre la gran mesa. Tras la guerra de comida, no me apena unirme a ellos para comer; su compañía distrae mis pensares y amena mi aburrimiento.

—Mavis, ¿desayunas con nosotros?

La alegre voz de Rufio aclama mi atención cuando distingo su persona aproximarse a mí; sonrío y asiento.

—Por supuesto.

Su amago de coger mis manos se detiene cuando gesticulo una mueca de dolor.

—¿Qué te ha ocurrido en las manos? Están repletas de heridas.

Su preocupada entonación me conmueve; decido explicárselo sin importancia.

—Me hice daño entrenando con Peter.

Rufio ladea la cabeza y frunce el ceño, parece sorprendido de mis palabras.

—¿Entrenando con Peter?

Gesticulo un mohín y asiento.

—Sí, ¿por qué?

Se encoge de hombros, no queriendo comentar al respecto, mas distingo la gracia destellar en sus oscuros ojos cuando aprieta los labios y ladea la cabeza.

—Nada, curiosidad —responde finalmente—. Anda, vamos.

Sin aguardar a mi respuesta, me sujeta de la muñeca y me obliga a seguir sus pasos hacia la gran mesa, junto a los demás; advierto de la presencia de Félix, quien cruza su mirada con la mía, mas decido ignorarle y eludir su presencia. Sigo molesta por su comentario.

Me acomodo en el asiento y me sirvo un poco de pan junto a un ápice de carne y fruta; no tengo mucha hambre debido al impaciente impulso por querer entrenar nuevamente con Peter, mas decido centrarme y entremezclarme en las conversas y risas de Los Perdidos a medida que desayuno calmadamente.

—Mavis, ¿cómo te hiciste esa cicatriz del cuello?

La súbita pregunta de Wyatt me sorprende; todos los ojos se posan sobre mí junto a una gran curiosidad por mi respuesta. Mis dedos acarician por inercia la zona con la yema de los dedos y me encojo de hombros.

—¡Wau! ¡Menuda pasada de cicatriz! —exclama Henry con entusiasmo.

—Se la vi hace unos días —comenta Rufio, fijándose mejor en mi cuello.

Mis pestañas revolotean; no considero que sea un acto sensato decir la verdad, mas cohíbo mi actitud tensa y decido mostrar indiferencia.

—Me caí.

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