CAPÍTULO XII.

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Me observo mientras acicalo mi larga cabellera y me encuentro absorta en mis pensamientos; ignoro cuánto ha transcurrido desde la conversación con Peter, mas no he vuelto a verle desde entonces.

La vida aquí empieza a ser más amena; he dejado de sentir el insufrible dolor en el pecho por las noches junto a las lágrimas sucumbirme, mas continúo sin encontrar un método para huir de Nunca Jamás y volver con mamá a Londwoods. Comienza a parecer más un sueño que una realidad el pueblo y sus habitantes.

Frunzo el ceño y recojo mi cabello en un desaliñado moño antes de echar una leve ojeada a los cortes de espada; han sanado perfectamente, mas han dejado cicatriz. Ladeo la cabeza y acaricio las tijeras, alzándome ágilmente para abalanzarme sobre la presencia que percibo a mis espaldas.

—Nunca dejas de sorprenderme, preciosa.

Mis pretensiones han sido fácilmente detenidas por sus manos, exponiéndonos en un cara a cara; mis pestañas revolotean y cedo mi fuerza contra él al reconocerle.

—¿Qué quieres? —interpelo, alejándome y retornando el utensilio a su lugar predestinado del tocador antes de tornarme nuevamente hacia él; arqueo mi ceja cuando le cazo observándome: —. ¿Son de tu agrado?

Su comisura se alza burlonamente mientras su lengua humedece lascivamente sus labios.

—He atisbado mejores perspectivas.

Mis ojos se desorbitan; advierto del calor extendiéndose lentamente en las mejillas al rememorar lo ocurrido con el Capitán Garfio. Carraspeo mi garganta al anhelar recolocar mi voz antes de cambiar el tema mientras termino de vestirme sin pudor alguno frente a él:

—¿A qué has venido, Peter?

Alza mi daga, entregándomela.

—Esto te pertenece.

Frunzo el ceño, mas me encamino hacia la cama y la dejo junto a mis prendas.

—Gracias, ¿alguna otra cosa más?

Él sonríe.

—Quiero hablar.

Ruedo los ojos, cediendo que una risilla se escape de mis labios.

—¿Deseas seguir discutiendo?

Mis pestañas revolotean cuando no le encuentro detrás de mí, ¿qué...?

—No he venido a discutir.

Su voz guía mis ojos hacia la cama; sus dedos juguetean con mis ropajes.

—Entonces, ¿qué deseas hablar?

—Estuve reflexionando acerca de nuestra última conversación.

Ladeo mi cabeza.

—¿Acerca de tus malas decisiones?

Él deja escapar una risilla, desapareciendo nuevamente frente a mí, mas su aliento acaricia mi hombro, estremeciéndome y obligándome a girar en mis talones para advertir cómo danza tranquilamente por la habitación hasta reposar sobre una de las paredes.

Como odio que haga esto.

—Acerca de Tigrilla; he decidido retornarla al campamento indio.

Mis pestañas revolotean con suma curiosidad.

—¿A qué es debido ese cambio?

Alza su comisura, simulando una sonrisilla que exhibe un ápice de sus perfectos y blanquecinos dientes.

—No me es necesaria; tengo a la tribu de Powhatan donde quería.

Humedezco la sequedad de mis labios con la lengua y los aprieto, cohibiéndome de exponer la sonrisa que amenaza con asomárseme; buscar cualquier otro pretexto para negarme la razón es —en cierto modo— divertido. Asiento.

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