CAPÍTULO III.

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Resoplo con irritación, retornando a mi lucha contra las enormes raíces que me mantienen cautiva en el extraño árbol al que estoy atrapada, mas cuando la muñeca cruje frente a mi esfuerzo, decido resignarme; me duele mucho.

Inspiro amargamente y blasfemo en mis adentros; ignoro cuánto ha transcurrido, mas ese tal fantasma que se hace llamar Peter Pan, ha decidido mantenerme aquí maniatada desde hace un par de horas y, a estas alturas, tanto el hambre como la sed empiezan a generar estragos en mí. Maldita sea.

—¿Es de tu agrado el paisaje?

Mis ojos descienden hacia la voz que capta mi atención; se mantiene mirándome con cierta diversión mientras, a su vez, da otro mordisco a la jugosa y apetitosa manzana que posee en su mano. Inspiro profundamente y aprieto los párpados, cohibiéndome de ceder ante su juego. Será imbécil.

Decido no responder y continuar intentando liberarme como me es posible, en gran parte, por el hecho de sentirme atrapada. Los nervios afloran por cada poro de mi piel; odio sentirme privada de libertad. Reitero mis pretensiones y hago fuerza con ambas muñecas mediante un gruñido, sin embargo, el crujido en mis muñecas reaparece, advirtiéndome vivazmente de que me detenga antes de que mis huesos se fracturen.

—Olvídalo, son mágicas; cuanta más fuerza generes por ansiar liberarte, más se ceñirán a tu piel —informa.

Y como si el canto de una sirena fuese nombrado, las raíces se oprimen con mayor ferocidad en mis manos y tobillos; gesticulo una mueca, sin privarme de desfogar un quejoso gemido.

—Maldita sea...

Ríe.

—Mas yo puedo liberarte, si así lo deseas —comenta con tono burlón.

Ruedo los ojos.

Esto tiene que ser una broma.

—¡Oh! ¿De veras? Nunca hubiese imaginado que el mismo que me mantiene cautiva pudiese hacer tal cosa por salvarme —ironizo molesta.

El ojiverde arquea una de sus cejas y da otro mordisco a su manzana sin decir nada, aunque advierto del izamiento de su mano antes de que sus dedos emitan un ligero chasquido; súbitamente, las raíces me liberan provocando el descenso de mi cuerpo ante la altura a la que estoy sometida. Emito un chillido debido a la presión, mas soy recogida en mitad de la caída y devuelta a tierra firme sin problema; las pestañas me revolotean nerviosamente y me cercioro de que mi persona se halla cargada al estilo nupcial sobre sus brazos. Esto debe ser una broma; rápidamente le alejo de mí con un empujón, instigándole a sonreír divertidamente.

—Augurando tal ingratitud, hubiese permitido que te rompieses el cuello.

—Hubiese sido preferente a tener que soportar tu egocentrismo —ataco.

Atisbo el maquiavélico brillo en sus verdes ojos tras mi respuesta, mas reculo en mis pasos cuando distingo su pretensión de acercarse a mí, obstruyendo mi intento de eludirle debido al enorme tronco a mis espaldas.

—De seguro estás hambrienta —insinúa, ofreciéndome su manzana.

Mis tripas rugen cuando la fruta se presenta ante mí, mas decido rechazar su gesto.

—Sobreviviré.

—Una declaración presuntuosa.

Resoplo, irritada ante su actitud.

—¿Qué quieres?

—Únicamente que me acompañes.

Frunzo el ceño; no comprendo su repentina petición carente de total coherencia tras haberme mantenido cautiva en aquel árbol.

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