CAPÍTULO VIII.

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—¡Sangre! ¡Sangre! ¡Sangre!

La impaciencia y eufórica demanda me ensordece; los ánimos por degollar al chico que se encuentra a mis pies me inquietan. Miro a Peter, quien se mantiene sobre el árbol y me observa detenidamente, aguardando mi próxima acción.

—Adelante, Mavis; demuestra que no existe lugar para los débiles.

Su grave aliento me penetra junto a sus ardientes ojos; inspiro profundamente en un intento de no agrandar los nervios del cuerpo que mantengo custodiado. Todo me da vueltas; ignoro qué hacer y temo que mi decisión empeore mi supervivencia en este lugar. Maldita sea, pienso; haga lo que haga, no le satisfará.

Suspiro con paciencia, rememorando las palabras de papá; olvida el miedo, olvida el dolor. Humedezco mis secos labios y asimilo la situación, gestionando de manera frívola antes de decidir y echar una última ojeada hacia Peter. Respiro hondo y me encamino frente a James, quien me ruega con los ojos clemencia; me mantengo lo más impasible que me es posible y alzo las dagas. James cierra fuertemente los ojos y los gritos a mis espaldas se agrandan, mas no titubeo y las lanzo ágilmente contra el grueso tronco donde se sitúa Peter, quien no se inmuta de ambas armas a meros centímetros de sus mejillas. Distingo una oscuridad invadir el verde de su iris y sus labios esbozan una provocadora sonrisa en medio de la tajante tensión de todos los presentes.

Suspiro, satisfecha, y simulo una sutil sonrisa antes de brindarle una elegante —y satírica— reverencia, sin desviar mis ojos de los suyos y exponiendo mi rebelión.

—Aquí termina la función, su majestad.

Doy la espalda y me dispongo a abandonar el lugar, mas su voz me detiene y obliga a atenderle.

—El juego aún no ha terminado —reprocha, aproximándose a mí mientras juguetea con una de las dagas que le he lanzado—. Sólo acaba de comenzar.

Frunzo el ceño en desconcierto, mas no me demoro en comprender sus intenciones al advertir el cómo se arma con una espada y se encamina hacia el círculo. Soy muy consciente de que aguarda mi presencia ante él, mas las palabras de Félix sobre su destreza en combate me inquietan.

Maldita sea, Mavis.

—¿Deseas batirte en duelo conmigo?

Mi pregunta le provoca una sonrisa mientras juega con la espada.

—Será divertido; mas te advierto de mi escasa misericordia por si decides no acobardarte.

¿Acobardarme...?

Arqueo mis cejas, cediendo a sus provocaciones; permito que una risilla burlona se desprenda de mis labios y apresuro mis pasos hacia el exótico e improvisado arsenal que se halla en el corrillo, posicionándome en guardia.

—Lo tendré en cuenta.

Sus dedos acarician sutilmente la hoja de la espada, precedente a que el llamativo verde de su iris se pose sobre mí fogosamente y su comisura se alce.

—Espero que sí.

La adrenalina que me invade latentemente el cuerpo me envalentona a cometer el primer paso, arremetiendo contra él; nuestras espadas chocan y el metálico sonido retumba en mis oídos. Le fulmino con la mirada al percibir su gracia, más no cedo y me impulso hacia atrás, generando una distancia sensata entre ambos. El ojiverde se posiciona en guardia y gira la espada, rotando su afilada hoja. Decido arremeter otro ataque, mas consigue eludirlo y me obliga a defenderme de él cuando acomete contra mí; la diferencia de fuerzas me impone recular mis pasos, hundiendo mis pies en el musgo. Maldita sea. Desciende su espada impulsivamente contra la mía, mas no cedo en soltarla e inverso la fuerza de presión sobre la hoja, liberando mi arma de ser arrebatada al girar en mis talones.

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