7 | El despido

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Mi mayor sueño era que el estúpido nervio de encontrarme con él se fuera. Actuaba como una adolescente sin su medicamento, o un niño de primaria. Es sumamente inquietante.

Mi compañero de clases se acerca a mí cuando estoy en la entrada de la universidad, es viernes, nada más y nada menos que el último día para hacer cosas menos productivas. El fin de semana comenzaba hoy y eso quería decir que no vería a tal personita durante tres gloriosos días.

Cristóbal se cierna frente a mí, sonriéndome con su mano ajustando la correa de su mochila.

—Te notas cansada —frunce el ceño mientras formulaba la pregunta. Y tiene razón, intenté dormir por la mañana antes de prepararme para venir aquí, no funcionó ya que sabía que luego no me iba a salvar.

—La semana de exámenes me mantiene un tanto agobiada —miento. Comenzamos a caminar por el pasillo—. ¿Cómo logras aguantar esta semana tan estresante?

Se encoge de hombros —Nada que no pueda superar.

Lo dice como si fuese tan fácil.

—Además, las tazas de café ayudan mucho en el estudio —pasamos el umbral de la clase de finanzas—. Solo tienes que coordinar tu horario y programar las horas de descanso.

—Suena aburrido...

—Y organizado —sonríe leve cuando nos sentamos—. Ahora examen de estadísticas...

—Finanzas.

—Eso.

Reí por su distracción —¿Seguro que sigues al pie de la letra lo que acabas de decir?

Ladea su cabeza —No, estoy que me duermo.

La maestra Thompson entra provocando escalofríos y un ambiente tenso en el lugar. Tiene su mirada oscura fija en las personas nerviosas, es como una clase de ansiedad mental que puede leerte la mente. Reparte las hojas por la planta uno y llega a la tercera en donde yace Cristóbal de primero. Nunca había visto a una señora mayor con tantas arrugas como ella.

—Moreau, oí que no ayudaste con la campaña, ni las actividades especiales que sugería el comité de eventos —dice en voz gravemente alta. No veo la necesidad de responder su duda en este momento.

—No lo vi relevante.

—Pues ya notas que sí lo era —plasma la hoja en la madera—. Por alumnos como tú, prefiero estudiar psicología.

—Sería una gran pediatra... —no me callo. Desde principio del curso me dio mala espina, se la agarra con el primer alumno que ve; me da jaqueca.

Sigue subiendo para dejar los exámenes. Dejo escapar el suspiro más largo antes de tomar el lápiz y comenzar el examen. Planteo las mejores respuestas y me aseguro de que estén correctas, no me equivoco, todas tienen un nivel máximo de diez por diez. Imposible que repruebe. Además, soy la mejor en finanzas.

Llegó la hora de la merienda y es cuando dejamos los exámenes con la Miss Acosadora de la maestra. Soy la tercera en dejar el examen en su escritorio y justo cruzo mirada con ella. No pude evitar soltar una mueca de disgusto cuando abandono el aula. Voy por el pasillo hacia mi taquilla, dejo los libros en orden y le aviso a Cristóbal que me espere con Lisa en el patio; últimamente se la pasan muy juntitos.

Me acerco a la fuente para rellenar mi botella de agua, el pasillo se encuentra casi desolado de no ser por algunos del grupo de chicos que se la pasan entre las taquillas. Causan ruido y me dan jaqueca. La maestra Thompson sale del aula con un centenar de hojas en sus brazos, les llama la atención a los estudiantes y sigue su camino hacia quién sabe dónde.

Mucho más de él ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora