30 | Asesinato silencioso

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Me remuevo en la superficie, estirando la mano con los ojos cerrados, en busca de Archie. Abro los párpados al no notar su presencia en mi cama y me incorporo dispuesta a alimentar mi estómago que gruñe rogando por el desayuno. Las nueve y treinta marca el reloj cuando salgo del baño y estiro los brazos terminando el bostezo mañanero. Froto mi ojo al dirigirme al pasillo y avanzo hallando a mi mejor amiga comiendo un cereal frente al televisor. Su mirada se cruza con la mía y deja la cerámica en la mesa de centro.

—¿Y Archie?

Relaja los hombros suspirando como si le hubiese molestado mi pregunta. Vuelve a tomar el bol de cereal y habla sin ganas: —Se fue hace un rato. Dijo que tenía cosas pendientes por hacer.

Presiento su tono molesto y me muevo a su disposición buscando la cercanía. Reconozco que había estado muy lejana a mis amigos, pero había sido por precaución aún estando segura de que Abby no sería alguien de quien pudiese llegar a desconfiar. Su seguridad hacia mí y en cómo se mantuvo leal desde el principio eran factores que relucían lo buena amiga que era.

—Abby, tenemos que hablar —me senté a su lado.

—Ya lo creo...

No hallo sarcasmo en su tono. Tan solo un muro de defensa que se activó desde que nos gritamos mutuamente anoche; le debía una gran disculpa por todo.

—Perdón —suelto desde lo más sincero de mi pecho—. Últimamente he estado actuando cómo una idiota, no te he dado tu lugar como mi mejor amiga y... Sé que lo que hice ayer no estuvo bien.

Baja los pies del sofá y vuelve a dejar el bol sobre la mesa. Coloca sus piernas hacia mí y no aguanto la mirada triste que se transparenta en sus ojos verdes. Se abalanza contra mi cuerpo buscando el abrazo que le acepto. Inhalo su olor y llevo mi mente a los distintos momentos en los que estuvo para mí, bases que crearon una hermandad única que nunca había experimentado con otra persona y no podía estar más orgullosa de que fuese con ella. El esfuerzo por no llorar me irrita la garganta creando un nudo incómodo, quisiera pedirle mil disculpas más, suplicarle doscientos perdones y arrodillarme porque esto no podía ser tan fácil. Ponerme a recapacitar en mi actitud egoísta con la persona que me brindó su mano y apoyo me causa un autopisoteo por lo estúpida que fui durante tanto tiempo. Había dejado sola a mi mejor amiga y eso quizás pudo relacionarse con las desganas que ella estaba haciendo notar últimamente.

—No llores, Dev —me toma la mejilla.

Subo mi muñeca para bajar la manga y mostrarle el brillo de la pulsera de plata con una luna que me regaló en mi cumpleaños. Su cara se alumbra con la pequeña sonrisa que asoma.

—La llevo puesta todo el tiempo —digo entre lágrimas, apenada de la situación.

Ella me enseña su tobillo, modelando la parte del sol que encaja con la mía.

—Igual yo.

Beso su mejilla acurrucándome de su torso de nuevo. Paso las primeras horas de la mañana contándole mis días del fin de semana en Chicago, apreciando la empatía que me regala mientras me escucha en silencio con sus brazos rodeándome los hombros. La confianza se reúne y ahora sonrío detallando su emoción nueva cuando me cuenta las anécdotas con su mamá que le había traído obsequios de Singapur.

La tarde toma Oxford con una llovizna tranquila permitiéndonos caminar libremente con solo la capucha de protección. Vuelvo a abrazar a mi mejor amiga deseándole suerte mientras nos dividimos en la universidad a nuestras respectivas áreas. La segunda torre estaba habitada por pocos alumnos que tenían prisa por los pasillos. Me esperaba la clase de estadísticas la cual revelaban la reciente nota del miércoles pasado. No hubo ningún cambio estos días con mis notas, lo cual me deja soltar la tensión muscular de mis piernas por empezar a considerar lo contrario.

Mucho más de él ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora