23 | De luto en Italia

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El timbre resonó en las paredes de la universidad, motivando a los estudiantes a levantarse de sus asientos. Imito la acción de todos recogiendo los libros de la mesa y poniéndolos en mi bolso, bajando las escaleras hasta salir del salón de clases. Abby ya estaba ahí esperándome, me sonríe alegre, contagiándome su emoción.

—¿Qué tal hoy? —Enlaza nuestros brazos caminando ambas en dirección a la salida.

Suspiré pesadamente —Nada mal; notas sobresalientes, proyectos entregados, aunque tengo más cosas que hacer al volver a casa. Uno que otro idiota queriendo llamar la atención con sus argumentos de mierda pero volvió la clase bastante entretenida. Fue un día cansado.

—Lo imagino, en psicología sólo hay gente loca que parece estar filosofando todo lo de su vida —rueda sus ojos—, en realidad estuve aburrida y salí de clases para comerme un burrito.

Su confesión tan ruda me hace soltar una sonora carcajada. Alcanzamos el borde de la puerta, visualizo a Lisa junto a Cris y Valen a lo lejos. Los saludamos en tanto que avanzamos hacia ellos.

—Me pareció verte salir hace dos horas de clase —le dice Lisa a Abby, esta se encoge de hombros mostrándole lo poco que le importa si la descubrían o no.

—El señor O'connell habla demasiado lento, similar a un podcast de relajación que te produce sueño al instante —se excusa. Mueve el cuello a ambos lados—, ¿y los otros cavernícolas?

—Benny ya se fue a Alemania —informa Valentina—. Será mejor que vayamos a su departamento si queremos preparar el camping para la semana que viene; necesitamos muchas cosas —dice mientras se acomoda su mochila blanca sobre su hombro.

—Cierto —Lisa se voltea a su novio y lo besa en modo de despedida—, infórmame al llegar. ¡Te adoro!

Carraspeo incómoda cuando se despide de todas, manteniendo mi distancia. Las cuatro vamos en línea, empezando a alejarnos del estacionamiento universitario. Las chicas empiezan a charlar sobre los planes del camping pero mi atención se la lleva la vibración en mi bolsillo. No cabe duda de que era mi teléfono. Pido disculpas antes de separarme un poco y atender la llamada de mi madre.

—Sigan, yo las alcanzo —ellas asienten y permanezco quieta sobre el pavimento en lo que me llevo el teléfono a la oreja—. Hola mamá, qué felicidad que me llames.

—Hola, Luna mía —me responde y distingo que no tiene el mismo entusiasmo que yo—, ¿qué tal tu día?

—Bastante agotador, a decir verdad, pero no creo que más que tu trabajo —camino lentamente con el brazo cruzado.

Discerní su suspiro al otro lado de la línea —Pues en realidad el trabajo estuvo pesado últimamente; apenas salí de un caso muy fuerte entre una mujer y su sirvienta.

—Comprendo —agaché la cabeza.

—Pero no vengo a hablar de trabajo, quiero saber cómo le va a mi hija.

Automáticamente se me ánima una sonrisa de oreja a oreja.

—Bueno, te tengo algo que decir, es muy importante para mí y espero que lo aceptes.

—Oh no... no me digas que estás embarazada...

—¿Qué? ¡No! ¡Mamá!

Suelta una carcajada —¡Gracias al cielo!

—Pero si debo de presentarte a alguien de manera formal —el silencio me recibe en respuesta—. En formal me refiero a que tengo novio.

—¿El muchachito ese? ¿Caribonito?

Ahogué una risa apretando los labios y asintiendo como si estuviera aquí —Sí, el mismo.

—Me alegra de que no estés sola y hagas tu vida social desde tan lejos de casa —dice, animándome más de lo que estaba—. Oye, querida, en realidad también te llamé porque debo decirte algo que jamás pude platicar de manera personal. Quiero que te lo tomes con calma, ¿si?

Mucho más de él ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora