La esperanza fue lo último que salió de la caja Pandora, pero en mí salió de primero hace más de dos meses.
Porque sí, llevaba más de dos meses encerrada en la torre. Una torre que solo podía recorrer de arriba a abajo, detallarlo cada día, venerar la ventana todas las noches. Dos o tres veces accedí a visitar el jardín por mi cuenta. Cuando no estaba Dean en el palacio, por supuesto.
Las ruedas de la carretilla causan un chillido frustrante destacando la entrada de Soleil para la hora de la merienda. Aún así, no retiro la vista de la ventana, trazando con el dedo el característico tejido de la falda de mi vestido color vino. Mi dama de compañía se aclara la garganta, como si no supiera que ya sé que está aquí, notificándome lo que ya tengo conciencia e insistiendo en lo que no quiero.
Así ha estado estas semanas, ya estábamos en Mayo y no perdía la fé de que en cualquier momento le rogaría la comida. Pero no lo haría.
Llevaba al menos cuatro desmayos, uno peor que el otro, pero no me obligarían a comer de su asquerosa mierda vikinga como si estuviéramos en la puta edad media.
—Señorita, tiene que comer algo, empiezo a preocuparme... —Toma asiento en la butaca de mi lado pero sigo sin darle respuesta a nada—. Está muy delgada, he mandado a que le retoquen treinta y cuatro vestidos, el maquillaje no le quita las ojeras y...
Muevo el mentón cuando trata de acariciarme la mejilla. No culpaba a Soleil, era solo una ingenua de un pueblo francés del que Dean se hizo gobernante. Creía en su Dios, también tenía un cierto apego conmigo después de haberme cuidado en mis primeros cinco meses de vida. Era solo una involucrada sin conciencia más en este teatro.
—Deva... —Era la segunda vez que la escuchaba decirme por mi nombre—. Sé que todo esto ha sido muy difícil para usted, no esperé que lo fuera. Pero quiero que sepa que aquí estaré para lo que necesite, y no me alejaré de este sitio hasta que usted coma algo.
No me importaba, podía quedarse años ahí parada hasta convertirse en piedra si quería. No toleraba su comida ni nada de este ambiente. Soleil soltó un resoplido que demuestra su estrés.
—Solo quiero ayudarla, alteza.
—Dejando de llamarme así harías un buen comienzo. —Me obstino de su persistencia.
El silencio me permite detallar sin voltearme cada uno de sus movimientos: el cómo se levanta dejando que su peso mueva las maderas de la butaca, sus merceditas que pisotean el suelo bajo la alfombra, y el sonido de los cubiertos metálicos chocando entre sí. Alcé el pecho cuando respiré profundo, sabía lo que se venía.
—Galletas de jalea de frambuesa y leche tibia, —coloca en la mesilla justo a mi lado. A este punto, sé que se venían las lágrimas, plegarias y el drama de siempre si no cortaba la mísera galleta.
Le ofrecí una ligera vista a la mujer y a la merienda. Sin expresión alguna más que irritación por esta escena.
—¿Si le doy una mordida y un sorbo, te irás?
—Tres mordidas, si no le molestan.
Volví a tragar una oleada de aire, de una manera profunda y violenta como si la brusquedad fuera capaz de quebrarme los pulmones. Acomodo mi cuerpo para estar a su vista y alcé la galleta con jalea de frambuesa, le hinco el diente dándole la primera mordida al dulce, dejando que mi estómago gruña en respuesta, aclamando más, pero no doy el lujo de que me vea como una hambrienta y saboreo lentamente antes de darle otra mordida. Culmino con la tercera exigiendo con la vista a Soleil que se retire pero señala la leche tibia con los ojos.
Lo alzo molesta y trago todo el líquido para luego estampar el cristal sobre la mesita con enojo.
—Perfecto. Estoy orgullosa de usted. —Se dispone a recoger todo.
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Mucho más de él ©
Teen FictionDeva tiene un peligroso talento llamado curiosidad. Sin importarle los avisos, siempre logra cruzar la valla de lo prohibido. Se enfrentó a vivir en Oxford, arriesgando su perfecta educación para independizarse y vivir a lo extremo junto a las perso...