Desde mi perspectiva todo es raro, incómodo y confuso. Normalmente así se sienten este tipo de momentos, no sé ni cómo describirlos. Es el simple hecho de que me traigan a mi casa y que no me digan la razón.
Se baja conmigo y, como ahora estamos en la ley del hielo, no me tomo el tiempo de hacer preguntas ni mucho menos aguantar respuestas sarcásticas o humores pendejos, simplemente lo dejo pasar al edificio seguido de mí sin que el guardia se dé cuenta. Unos cuantos pasos alcanzan para llegar al ascensor y pasar la peor experiencia a su lado en un cuarto cerrado.
Indirectamente le veo, ¿no se cansa? De ser tan idiota y sobreprotector. Creyéndose eso de sus delirios de héroe y tratando de coquetearme.
—Al menos disimula un poco si vas a venerar mi perfecto perfil —alardea quebrando mi paciencia.
—Lo imbécil te quita lo atractivo.
—Oh, entonces admites que soy atractivo.
—Y tú admitiste que soy hermosa.
Gira su cabeza, sonrío cuando sé que me gané su atención. Archie soltó un aire pesado que sostenía en sus pulmones.
—Ay, bajita, hasta peleando te ves hermosa.
«¿Qué clase de piropo es ese?». Ruedo los ojos con desaprobación, se nota que nunca le han dicho que no en su vida de niño mimado. Abren las puertas y salgo de aquel espacio que me genera cierta incomodidad latente. No sé ni por qué me sigue, lo echaré de todos modos apenas pise mi departamento.
Busco mi teléfono que yace en lo profundo de mi cartera, saco la llave para poder entrar a mi apartamento universitario, Archie se aclara la garganta pero yo lo ignoro en el intento de cerrarle la puerta en las narices. Algo falla, puesto que la puerta no termina de conectarse con la otra parte de la pared y bajo la mirada, fijándome de dónde viene la fuerza que impida el acceso. Un pie evita tal tacto, no hay que adivinar quién tiene intenciones de entrar o querer hablarme antes de irse.
—Quita tu pie —no hay amabilidad en mi tono cuando lo exijo.
—¿No te enseñaron modales en la escuela de valores, bajita? —Suena más a una queja que a una pregunta.
—Espero haber aprobado con el tres con cincuenta —abro por completo para encararlo.
—Linda fachada —sus ojos indagan en mi casa.
—Iluso si crees que te dejaré pasar...
—¿En dónde queda tu actitud moralista, Deva? se supone que debes invitarme a tomar vaso.
La carcajada que suelto ejerce cierto interés en su expresión. Hago un segundo intento en cerrar la puerta y consigo, de nuevo, todo lo contrario con su pierna de mierda que no me deja cerrar la puerta de mi casa. No lo conseguirá, no logrará estresarme hasta que lo deje pasar. No lo conseguirá.
—¿Debo exigir modales de parte tuya?
No me engañará.
—¡Ya estoy en casa, carajo! ¿Cuál es tu puta insistencia?
Sus cejas hacen juego con su mirada divertida.
—Y creí que nunca dirías palabrotas —se cruza los brazos por el frente de su pecho, sin el abrigo y con la flexión de su cuerpo, debía admitir que se veía muy...
—Cállate —suelto un gruñido ante lo que haré—. Una palabra de esto a alguien y juro que voy a...
—Nunca le digo a alguien lo que hago con las chicas —me guiña uno de sus ojos azules.
—¡Tú y yo no somos nada!
Aplasta la mano en la madera de la puerta, insinuando entrar y cuando por fin lo consigue, me empotra contra la pared sin perder de vista mis ojos.
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Mucho más de él ©
Genç KurguDeva tiene un peligroso talento llamado curiosidad. Sin importarle los avisos, siempre logra cruzar la valla de lo prohibido. Se enfrentó a vivir en Oxford, arriesgando su perfecta educación para independizarse y vivir a lo extremo junto a las perso...