3 | La cafetería

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Es domingo, con doce minutos cerca de las doce. No he dormido por terminar de limpiar mi habitación. Estuvimos todo el día renovando el apartamento, hoy nos dejaron entrar y el resultado no pareció satisfacer a Abby, quise ayudarla a quitar las decoraciones feas y poner algunas bonitas.

La policía no nos dio respuestas al ataque. Buscamos razones pero no las hallamos, no tenemos enemigos y sin ningún testigo, damos por cancelada la investigación, haciendo como que esto simplemente no pasó. El director Taylor pagó los daños y le dio dinero suficiente a Abby para comprar las cosas que quisiera para el apartamento. Eso no le quitó la decepción a muchas cosas, hubo daños irreparables, habían recuerdos de Abby cuando tenía tan solo dieciocho años, pero nada se podía reparar con pegamento y la vi con lágrimas mientras tiraba a la basura objetos de valor.

Se tiró al nuevo sofá, cansada, dejó soltar un sonoro suspiro dando por acabada la remodelación. Después de todo, sonrió demostrando que le agradaba.

—Bueno, al menos sé que valió la demora —suelta alardeando el momento—. Adoro esa lámpara.

La acompañé con una sonrisa reconfortante —Al menos te gusta.

—Deberíamos ir a dormir, mañana es lunes —se acomoda, lista para levantarse—. Maldición, tengo otro examen...

—Abby... —lamí mis labios con algo de pena, sabía que hablarlo ahora no sería agradable, pero necesitaba respuestas, necesitaba... Saber.

—¿Si?

Está tan cansada, sé que no pasó un buen fin de semana, fui testigo. No puedo atarla de preguntas sobre algo que seguramente ni es problema mío y tampoco debe de importarme, pero los ojos que me vieron ese día, repletos de ira mientras me advertía que no me acercara a él... No son estos ojos.

Sacudí mi cabeza —Espero que duermas bien.

Le deseo con mi mejor sonrisa a labios cerrados. Mi mejor amiga me la devuelve —Igualmente, Dev. Hasta mañana.

Se pierde en el pasillo que la lleva a las habitaciones, seguido del estruendo suave de una puerta cerrarse. Y me quedé sola en la sala, atada a los pensamientos de lo que pudo y no pudo ser. Soy curiosa, pero no tanto como para divagar sobre un tema en el cual no tengo ni la más remota idea de qué es lo que pasa. Tengo teorías, pero ninguna me sirve. Tendría que ir a la tercera persona que es cercana tanto a Abby, como a Archie, como a mí.

Lisa Jonhs.

Salgo disparatada de la clase en cuanto la campana suena. Estuve esperando esta hora para poder correr hacia la cafetería y divagar entre la gente, buscando con ansías a la pelirroja que, antes de que ese día la interrumpiera Abby, iba a decirme, aunque sea, el por qué de Archie Harrinson.

Choco con varios hombros, casi todos de rocas y solo uno me retrasó el camino. Él.

—¿Y mis vaqueros?

La voz no me aturde, pero sí me causa escalofríos alternos con el temperamento ronco y grave de su tono. Me volteo, tengo seis miradas de chicas encima de mí, lo sé porque estoy nada más y nada menos que recibiendo una pregunta del mismísimo Archie egocéntrico Harrinson.

—Te las iba a devolver —aclaro con presión, tengo que encontrar a Lisa antes de que Abby llegue—. Está en mi taquilla, si quieres voy por ellas...

Archie afloja su agarre en sus brazos cruzados, seguida de una leve sonrisa. No es ingenua, sino coquetona. Y espero que esto no sea para largo.

—¿Por qué me las devolverías? Te dije que eran tuyas, bajita.

Mucho más de él ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora