20 | Falda de lentejuelas

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Un buen clima irradia en Oxford. Son las tres cuarenta y ocho de la tarde y es sábado. El patio de la mansión Harrinson se adapta al pasivo día soleado, mi mano rondaba por el cuello de Archie mientras tenía la mente despejada de tareas, deberes u otras cosas de las cuales me encargué de dejar culminadas antes de aceptar la salida de Archie, quien me invitó a estar el fin de semana en su lujosa casa. Nos habíamos acostado en un sofá circular que está dentro de la piscina, la cual está rodeada por tumbonas en la superficie de piedras. Una hermosa vista yace detrás de nosotros de la hermosa ciudad que habitamos y la música de Maroon 5 suena de fondo.

Veronica, «la mucama», se desplazaba con devoción por la orilla de la lujosa piscina, se acercó a nosotros sin mojarse gracias al caminito ancho de mármol, con una bandeja blanca sostenida bajo su antebrazo.

—¿Desean algo más por ahora, muchachos? —Tenía clase y hablaba con profesionalismo, aunque también se notaba la confianza que tenía con Archie. En sus iris gobernaba un tormentoso color gris claro muy luminoso e hipnotizante que hacía contraste con su cabello negro azabache y su piel atezada.

Archie le niega con la mano, con la cabeza arqueada al cielo y sus gafas de sol Ray Ban cubriendo sus ojos.

—No, negrita, estamos bien —la azabache suelta un largo suspiro y me llevo el vaso de limonada a los labios, tratando de ignorar la conversación.

Ya le dije que no me diga así —responde en un idioma diferente que podría jurar que es español. Muchas veces, cuando Valentina recibe llamadas de sus padres, les atiende en un español de acento mexicano.

—A mí no me hables cubano que te recuerdo que soy británico —se sienta separándose de mi pecho. Veronica lo ignora y me lanza una mirada rápida.

—Te compadezco por tratar con semejante animal.

Sonrío amable —Creo que somos dos quienes lo aguantamos.

Se retira luego de cumplir su labor al pasar un paño de limpieza sobre una zona húmeda de la base del sofá. Me giro a Archie y este también, robándome la limonada para darle un sorbo.

—No sabía que eras británico —comento posando mis piernas sobre las suyas. Él acaricia mis muslos con un codo sobre el respaldo y la limonada en mano.

—No lo soy; solo Beatriz y Arthur —acomoda sus lentes y reposa su nuca de nuevo en el acolchado del respaldo—. Mi mamá es de Manchester y mi papá nació en Las Vegas; mi madre es una obsesiva de nombres británicos y mi papá un billonario que necesita relucir lo vanidosa que es su vida.

Deslizo mi dedo por su brazo, escuchándolo atentamente. Últimamente me soltaba datos de sí mismo que no se me cruzaban por la cabeza, como el hecho de que su segundo nombre es Louis, o que tiene una casa escondida en Grecia, o que en su propiedad hay un helicóptero oculto que maneja su hermano mayor llamado Edward que vive en París, pero que se la pasaba viajando por alrededor de todo el mundo. También descubrí que le encantan los niños, mas no le agradan las mascotas de ningún tipo (incluso lo intenté con un pez y se hizo el loco) y que adora los diamantes.

—Hablando de tus padres... ¿Por qué se la pasan tanto tiempo fuera? Ya van tres semanas que estás aquí solo —me he permitido detallar el hecho de que mayormente está solo en esta increíble mansión de diez billones, quizás por eso siempre busca mi compañía ya que ni siquiera sus hermanos pueden estar cerca. Su hermana, Beatriz, vive en el extranjero junto a su esposo e hija, pasean por Oxford dos o tres veces al mes. Arthur se la pasa mayormente en Nueva York o Arizona (que es donde vive), junto a su padre que también anda en Las Vegas con compañía de su esposa, y de Edward me espero que sea un amargado desapegado de su familia viajando por doquier.

Mucho más de él ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora