17 | El infierno de Archie

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Me despierto con el sonido del móvil, inmovilizándome por el frío, deslizo la cobija, destapando mi cabeza y dejándome observar la hora. Tan solo pude dormir una hora. La pantalla de mi celular brillaba y este vibraba sobre la cama al igual que en un volumen adaptable a la hora, sonaba sin parar. Mis ojos leen el nombre y una maldición duda de escaparse de mi boca. Tomo una bocanada de aire, me senté en la cama y tracé círculos sobre mis párpados para activarme un poco. Alzo el aparato y dudo en presionar el botón verde. Puede ser una emergencia, una que me resultará muy incómoda después de todo lo que pasó.

Decido dejarme de parloteo y contestarle la llamada desprevenida a Archie.

—¿Hola? —mi voz sale algo adormilada, para ello aclaro mi garganta para mejorar mi tono—. ¿Archie?

Por milisegundos, escucho su respiración, y no sé cómo puedo identificarlo tan bien sin cuestionarme. Parece no querer responderme, y una ola de decepción me abarca cuando de la nada pronuncia unas simples palabras como:

—¿Puedes bajar?

No tiene que especificar, es como si a través de desde donde esté me enviara un mensaje que telepáticamente dice «estoy abajo». Agito mi cabeza, suspirando por las señales confusas que este hombre me manda.

—Enseguida bajo.

Él es el atrevido de acabar con la llamada. Me levanto con pesadez, el frío es más potente y se apega a mis piernas, soy rápida al ir a mi armario, ponerme una sudadera y unos pantalones de seda largos. Tomo mis llaves restregadas entre mis cosas del escritorio y mi teléfono, saliendo así de mi cuarto y una vez más de mi apartamento residencial. El ascensor se detiene en la planta baja del edificio, abre sus puertas y me enseña la noche que se traspasa por los cristales de la puerta del vestíbulo, giro en dirección a la derecha y lo veo. Archie Harrinson con la mano metida en sus vaqueros oscuros, con el cabello desordenado (como normalmente suele tenerlo) y su rostro iluminado por el brillo de su teléfono. Son segundos en los que me permito contemplarlo, asegurarme que está aquí, sabrá Dios el por qué, pero está aquí.

Desafortunadamente, el ascensor emite el tink que le llama la atención. El azabache se guarda el teléfono y me mira directamente a mí. Y no sé cómo lo hace, pero sus ojos son cuchillas afiladas que me cortan la respiración. Pasea el azul de sus ojos por mi vestimenta, mi aspecto. Seguramente tengo rostro de momia que comparación de él (quien, mierda, luce perfecto), podía aparentar algo desagradable.

Al frente de nosotros, el vigilante se aclara la garganta y seguido de eso, pierdo la concentración total ante el apuesto chico que si no me deja las cosas claras, enloqueceré.

—Deva... Este joven asegura conocerte.

Asentí acercándome a él —Un amigo.

—Ya...

No noto la presencia cerca de Archie en mi espalda hasta que me habla —¿Podemos ir a tu...?

—No creo que el vigilante nos lo permita, Archie. Por favor vete.

Esta es mi oportunidad de hacer lo que quiera en mi habitación. Sin embargo, fui clara y precisa, yo no quiero más distracciones. No soy su tipo y él tampoco es el mío. Somos polos opuestos, no de los que se atraen, sino de los que deben luchar por separarse.

—No importa —nos interrumpe el guardia—, ya hay como quince parejas que se colaron, creen que no lo sé. En fin, de todas formas quiero dormir.

Nunca quise maldecir tanto a alguien como a este señor. Sin escapatoria, volví a asentir y le pedí a Archie que me siguiera. El trayecto en el ascensor es sumamente incómodo para mí. Había un aire, uno que me acaloraba y me pedía escapar. Mi mente me rogaba «vete hacia él, dale una fuerte cachetada, quéjate por tu sueño interrumpido y mandalo a casa». Pero luego estaban mis presentimientos que me susurraban muy pacíficamente «escuchalo, entiendelo, hablale, y luego ya sabrás que hacer».

Mucho más de él ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora