36 | Joya y diamante

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La pesadez de mi propio cuerpo me dificulta cualquier movimiento, tan solo activar mi sistema nervioso y endurecer mis dedos se sentía como descongelar una figura de hielo o revivir una estatua. Poco a poco, recupero la visión y ante la luz me vuelvo a cubrir los párpados. Mi piel se siente adolorida al igual que mi cráneo, no siento más que tela suave bajo mi cuerpo y giro mi cuello para quitarme el dolor que empezaba a profanar tenerlo de cierto lado.

Estoy recostada en una cama, con un vestido extraño, en un cuarto desconocido y un sentimiento agonizante de vacío.

Los recuerdos me abofetean la memoria y el momento de la trampa en aquella cafetería me regresa las lágrimas que ruedan por mis mejillas. Llorando, me bajo de la estructura aterciopelada y el vestido con cola me persigue cuando me acerco a las ventanas victorianas que alcanza la altura del techo: afuera no hay más que césped, un muro que rodea mi campo de visión y más allá, puñados de pinos. Sin ningún rastro de edificios o vida lejana que pueda escucharme.

El vestido es verde para cuando lo reparo, con detalles victorianos en dorado y se ajusta a mi torso con comodidad. Trepo los dedos en mi cabello suelto, que parecía peinado incluso arreglado en ondas perfectas y un extraño decorado en el costado. Analizo en el cuarto de nuevo y solo distingo un complejo diseño de palacio dorado con paredes lisas y pinturas indefinibles, decorado emblemático y dorado. El espacio es grande, la cama tiene velo, corro al tocador que me presenta una nueva imagen diferente de mí misma.

Estoy maquillada, con joyas, pareciendo un característico personaje de fantasía o, más bien en mi situación, una princesa encerrada en una torre.

Mis ojos acaparan la puerta de madera rodeada por cortinas y corro en busca de abrirla con ayuda de la manilla que no me regresa más que una burla al quedarse como piedra. Toco con ayuda de los nudillos y alzo la voz tratando de buscar a alguien. No sé dónde estoy, no sé cómo terminé aquí y tampoco entiendo porque visto como una especie de caricatura monarca.

Doy vueltas sin parar, sin pensar, sin comprender. Alguien debía venir, alguien tenía que explicarme qué payasada era ésta. Necesitaba saber dónde estaba el cuerpo de Archie y hallar un teléfono para contactar con alguien que me saque de éste lugar.

Los pasos le dan vía a la esperanza y la llave mueve el cerrojo desde el otro lado. La madera se abre y reparo en la mujer con vestido negro y delantal blanco. Sus ojos oscuros me reparan y detallo el atisbo de emoción cuando brillan ante mí.

—Alteza Deva. —No sé qué clase de hola extraño sea ese.

—¿Quién...?

—Estoy tan contenta de volverla a ver, —da pasos hacia mí y me agobio con la confianza que estima—, ¡está enorme! Y preciosa. La extrañamos, muchos de nosotros, y siempre nos preguntamos cuándo volveríamos a verla otra vez.

—Disculpa... señora, pero no tengo ni la más mínima idea de quiénes me estás hablando. —Su sonrisa se desvanece—. Esto debe ser un error. Yo no debería estar aquí.

—Oh no, descuide, princesa. Aquí es donde pertenece.

Ladeé la cabeza. Esta señora está loca.

—Soy Soleil, su chaperona. —¿Qué esos títulos no eran de hace siete siglos? ¿En qué mierda burocrática me metí?

—¿Tienes algún teléfono al que pueda acceder?

—No nos permiten tal cosa, alteza, pero es necesario que venga conmigo ahora que, ya sabe, despertó...

La oración suena como si estuviera esperando mi despertar por años.

—¿Desde hace cuánto estoy dormida?

Mucho más de él ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora