2 | La casa desconocida

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Nunca había experimentado un dolor tan irritante como el dolor de cabeza que nace de mis sienes aún cuando no he abierto los ojos. Me remuevo en mi cama colocándome boca bajo, los pájaros cantan afuera de la ventana y mis sábanas huelen a limpio. Sonrío sintiéndome en una clase de paraíso alterno, paseando las manos por la cama y suelto un suspiro cuando abro los ojos.

Inmediatamente mis párpados se abren con presión al ver muchas ventanas rodeando la parte trasera de la cama en forma circular, las sábanas son blancas al igual que las paredes. Solté una maldición al levantarme y fruncir el ceño. Esta no es mi habitación, «¿Dónde carajos estoy?».

Hay tela de seda cubriendo mi pecho y no tengo pantalones, sigo inspeccionando el lugar algo moderno y limpio. Podría oler bien y verse adaptable, la habitación es grande con un escritorio con asiento, una repisa, una puerta que supongo sería el baño, y la puerta de salida sería la que está al frente y a unos metros de la cama.

Como si tuviera poderes, la madera blanca se abrió dándole paso a un joven con vaqueros, camisa negra y en su mano tiene un vaso, junto con una pastilla.

Me desconcierto y por inercia cubro mi pecho.

—Ah, ya despertaste —asegura dándome la muestra de que su voz era más ruda que su apariencia. Levantó la vista y quise morir de vergüenza por reconocer los ojos azules diamante en los cuales he estado pensando durante las últimas veinticuatro horas.

—Eh, ¿quién eres tú? —Tiemblo con la voz más grave que me sale.

—¿No me recuerdas? Estudiamos en la misma universidad —se sienta en la silla del escritorio con el respaldar entre sus piernas. Frunzo el ceño ante su comportamiento, ¿por qué me habla como si alguna vez lo hubiésemos hecho?

—Nunca he hablado contigo.

—En eso tienes razón —apoya su fuerte mentón en sus brazos—. Sin embargo, no pude evitar traerte a mi casa luego de que te desmayaras por todo lo que te tragaste. Por cierto, te bebiste todo el tequila del bar.

«¿Cómo puede suponer eso y a la vez sonar tan seguro? No me la pasé con él en toda la noche». El desconocido suelta un suspiro.

—La fiesta de Victoria se organizó en el club de mi padre —argumenta algo egocéntrico—. Por lo tanto, sé cuánto bebiste.

—¿Y por qué me trajiste a tu casa? Esto es técnicamente un secuestro.

—En realidad no. Esta casa es familiar y, si te quisiera secuestrada créeme que no estarías en una cama tan cómoda y con una de mis camisas como si me hubiera acostado contigo anoche —mis mejillas arden ante sus palabras que junto a su voz suenan infames y perversamente honestas—. Aunque ganas no me faltaron si tenías ese vestido.

—Ni siquiera sabes mi nombre —me ofendí por sus deseos.

Se le vio despreocupado ante ese dato —No lo necesito, puedo averiguarlo por mi propia cuenta.

—Imposible —aclaré, me estaba ofendiendo—. No tengo la fama de tener antecedentes penales que tú.

Soltó una risa ronca que le quedó excitantemente bien —¿Ahora ser guapo se considera dato en los antecedentes penales?

Me faltó el aire cuando se levantó, guiándose hacia mí. Por lógica me levanto, siendo presa del frío otoñal que se adentra desde no sé dónde y que se me apega a las piernas desnudas. Me analizo y siento el doble de vergüenza al estar con una simple camisa que me llega por encima de los muslos y muestra el canal de mis bragas.

—Tampoco me llevaría a una chica que no conozco —dice acostado en la cama, observándome como si fuera una presa fácil de tomar y morder—. Mucho gusto, Deva, mi nombre es Archie Harrinson, a lo mejor has oído hablar de mí.

Mucho más de él ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora