4 | Quinta bala

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No quisiera dudar de la aceptación de mi madre respecto a mi compañía, o la universidad, o el dejarme independizar. No cruzó la puerta de mi apartamento cuando decidió mejor retirarse y sugerir su visita otro día. La acompañé de vuelta abajo, dejando a solas al par de cuñados arriba.

—Ya vendré otro día para que me cuentes un poco de cómo te va, aunque noto que puede ser un poco curioso tu día a día.

Ojalá no lo fueran.

—¿Cómo están papá y Alex? —Me tomo la libertad de preguntar por mi padre y hermano.

—Te extrañan cada día. —sonríe acaparando mis hombros bajo la suavidad de sus manos— nos haces una falta increíble en casa.

—Iría en navidad pero, ya sabes, ustedes trabajan y Alex irá con sus amigos a ese campamento. No quisiera desperdiciar tiempo.

—Lo entendemos completamente, hija -—asegura con la compañía de una sonrisa—. Vendremos otro día. Cuidate y por favor no te distraigas en cosas como estas.

Toma mi mentón con delicadeza y plasma un beso en mi frente.

—Recuerda que solo tienes un objetivo, Luna —replica observando fijamente con sus ojos color miel.

Asiento confirmando que nunca lo he olvidado. Jamás le defraudaría.

Se sube a su auto y me lanza un beso desde la distancia. Finalizo la despedida mostrándole mi más cálida sonrisa y me giro sobre mi eje, la escena nostálgica se arruina por la presencia de Archie saliendo. No me ve, pero se dirige con rapidez hacia un auto en particular, con el ceño fruncido. Abre la puerta de copiloto y cierra tan fuerte que suelto un brinco ante la brusquedad, los vidrios pulverizados del Ferrari no me permiten la vista hacia el conductor. El deportivo amarillo ruge cuando lo encienden y sale disparatado del estacionamiento.

Subo a la última planta de mi edificio, abriendo el pomo de mi puerta y soltando un chillido por la figura de mi amiga parada frente a la entrada.

—Solo tengo una pregunta —cruza los brazos—. ¿En qué demonios estabas pensando al traer a ese miserable a nuestro apartamento?

—Él no iba a entrar...

—¡Pues es lo mismo porque pasaste tiempo con él cuando te advertí que te iba a joder!..., no me imagino la incomodidad que tuvo que sentir tu madre por culpa de ese patán.

—Empezó a mentir en frente mía, no sabía qué hacer.

—Plantarle cara y mandarlo a Pekín para que los chinos se coman su hígado —suelta un suspiro.

Rasco mi cabeza, mostrando mi confusión por la escena que montaron ambos, lo más interesante del asunto fue el pequeño detalle que a mi mejor amiga se le olvidó decirme; que tenía una hermana..., o bueno, tuvo.

—Abigail, ¿por qué no me dijiste que tenías una hermana?

Sé que me arriesgo al pasar al borde de su herida, lo noto cuando suaviza su mirada y se gira pasando las manos al frente de su rostro. Se echa en el sofá y a continuación, se abre sentimentalmente a mí.

—Porque es un dato desgarrador y lindo al mismo tiempo.

Me siento a su lado a modo de compresión.

—Era mi hermana mayor, su nombre era Aurora... Y era una persona increíble.

Continúa absorta en los pensamientos, con la vista fija en el fondo del salón.

—Cuando murió, yo tenía quince años. Nunca olvidaré su rostro en los cojines de un ataúd, con el cabello cortado en flequillos para cubrir el tiro que le perforó la frente y le arrancó la vida —no parece querer seguir y, aun así, lo hace—. El último en verla con vida fue Archie, el último que podía decirle cuánto la amaba y podía abrazarla fue él y no yo.

Mucho más de él ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora