Capítulo 60

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—¿Sabes que estás...?

—Ya lo sé —digo—. Hace dos días que empecé a desaparecer.

Beomgyu suspira. Se queda un momento callado, mirándome sin más. Estamos solos en la sala de recreo del hospital. Al llegar había otros amigos imaginarios dentro, pero, cuando me ha visto, Beomgyu les ha dicho que se fueran.

Está visto que a las hadas todo el mundo las obedece.

—¿Sientes...? —me pregunta.

—No siento nada —le digo —. Si fuera ciego, ni siquiera me habría dado cuenta de que estoy desapareciendo.

Aunque eso no es del todo cierto. Jungkook ya no me habla. No es que esté enfadado conmigo, es que ya no se da cuenta de que estoy a su lado, eso es todo. Si me planto delante de él y le hablo, entonces sí me ve y me contesta. Pero si no le hablo, él tampoco me habla a mí.

Han sido unos días muy tristes.

—¿Dónde está Mark? — pregunta Beomgyu.

Pero Beomgyu baja la vista, y veo que ya lo sabe.

—Desapareció —le digo.

—¿Y adónde fue?

—Buena pregunta —le digo —. No lo sé. Al mismo sitio que voy a ir yo. Quizá a ninguna parte.

Le cuento a Beomgyu la historia de la huida de Jungkook y cómo Mark el Gigante consiguió entrar en la prisión del sótano y tocó el mundo real por última vez, cortándole el paso a la señorita Ji-eun y haciéndole tropezar para que Jungkook tuviera tiempo de escapar. También
nuestra huida por el bosque y la trampa que Jungkook le puso a la señorita Ji-eun, y la pelea final en el jardín de su casa. Y que el padre de Jungkook tuvo inmovilizada a la señorita Ji-eun hasta que llegó la policía, y luego alardeó ante los agentes de que su hijo «había podido con aquella bruja». También le cuento que Mark sabía que se moría, y que intenté traerlo otra vez al hospital para salvarle la vida.

—Pero no quiso —le digo—. Se sacrificó para poder salvar a Jungkook. Es un héroe.

—Y tú también —dice Beomgyu, sonriendo entre lágrimas.

—Pero no como Mark —replico—. Yo lo único que hice fue animar a Jungkook para que corriera y se escondiera. Yo no puedo tocar el mundo real como hizo Mark.

—Tú fuiste quien le dijo a Jungkook que lanzara aquella alcancía por la ventana. Y también le dijiste que eras imaginario solo para que pudiera salvarse a sí mismo. También tú te sacrificaste.

—Sí —digo, de pronto con rabia por dentro—. Y gracias a eso ahora dejaré de existir. Jungkook está sano y salvo, pero yo me estoy muriendo. Y cuando yo ya no esté, ni siquiera se acordará de mí. Me convertiré en una simple historia que su madre le contará algún día. La historia de cuando tuvo un amigo imaginario llamado Taehyung.

—Pues yo creo que Jungkook se acordará de ti siempre —dice Beomgyu—. Lo que no recordará es que fueras real. Pero yo sí.

Pero Beomgyu también morirá algún día. Quizá dentro de poco. La personita que la creó solo tiene cuatro años. Dentro de un año como mucho, lo más probable es que Beomgyu ya haya desaparecido. En cuanto salga de preescolar, como la mayoría de amigos imaginarios. Y cuando ella muera, se acabó: no quedará ningún recuerdo del paso de Taehyung por este mundo.

Todo lo que he hecho o dicho en vida habrá desaparecido para siempre.

Las alas de Beomgyu se agitan. Se levanta del sofá y se queda planeando en medio de la habitación.

—Y yo se lo contaré a los demás —añade, como si me hubiera leído el pensamiento—. A todos los amigos imaginarios que llegue a conocer, para que ellos lo puedan contar también a todos los amigos imaginarios que conozcan. Y que la historia siga pasando de unos a otros, para que el mundo no olvide nunca lo que Mark el Gigante y Taehyung el Magnífico hicieron por Jeon Jungkook, el niño más valiente del mundo.

—Eres muy bueno, Beomgyu —le digo—. Muchas gracias.

No tengo valor para decirle que no por eso me va a resultar más fácil morir. Ni que tampoco confío en que todos los amigos imaginarios del mundo transmitan nuestra historia. Hay demasiados que son como Yeontan o Cuchara.

Y pocos como Beomgyu, Mark, Summer o Jimin. Muy pocos.

—¿Cómo está Jungkook? — pregunta Beomgyu, posándose de nuevo a mi lado en el sofá. Quiere cambiar de tema, y yo me alegro.

—Bien —contesto—. Yo pensaba que, después de todo lo ocurrido, cambiaría. Pero no, quizá haya cambiado un poco, pero no mucho.

—¿Qué quieres decir?

—Jungkook reaccionó muy bien en el bosque y también al final, en el jardín de su casa, porque se encontraba en su salsa. Lleva toda la vida leyendo sobre guerras, armas y francotiradores. Ha planeado mil y una batallas con sus soldaditos. En aquella arboleda no había nadie que le incordiara. Nadie que le hablara ni buscara su mirada. Que intentara estrecharle la mano, le diera un puñetazo en la nariz o le subiera la cremallera del abrigo. Estaba huyendo de alguien, que al fin y al cabo es lo que hace siempre, huir de la gente. Reaccionó muy bien, sí, pero casi porque se sentía cómodo en aquel papel.

—¿Y ahora cómo está? — pregunta Beomgyu.

—Ayer volvió al colegio y lo pasó mal. Todos querían hablar con él. Se le echaron todos encima nada más entrar y casi se bloquea. Menos mal que el señor Kim se dio cuenta y les dijo a todos, maestras, niños mayores, e incluso psicólogos, que lo dejaran en paz. Jungkook sigue siendo Jungkook. Quizá ahora un poco más valiente y un poco más capaz de cuidar de sí mismo, pero sigue siendo Jungkook. Angustiado todavía por las cacas de propina y por Kim Mingyu.

Beomgyu arruga de pronto el punto de la frente en el que se encontrarían sus dos cejas si las tuviera: no entiende a qué me refiero.

—Es una larga historia —le digo.

—¿Cuánto crees que tardarás en...?

—No sé —le digo—. Igual mañana.

Beomgyu sonríe, pero es una sonrisa triste.

—Te echaré de menos, Taehyung.

—Y yo a ti —le digo—. A ti y a todo.

Memorias de un Amigo Imaginario || TAEKOOKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora