Capítulo 36

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No me lo puedo creer. Aquí estoy, de pie en la misma habitación que Jungkook. Espero un segundo antes de decir su nombre y me quedo mirándolo un rato como hace su madre por la noche, cuando va a darle un beso aprovechando que duerme. Hasta ahora nunca había entendido por qué se quedaba allí parada mirándolo sin más.

Me gustaría quedarme aquí mirándolo para siempre.

Hasta ahora no me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos a Jungkook. Ahora entiendo lo que quiere decir echar tanto de menos a alguien que no tienes palabras para expresarlo. Tendría que inventarme palabras nuevas para poder hacerlo.

Al final, lo llamo en voz alta:
—Jungkook, estoy aquí.

Jungkook da el grito más fuerte que le he oído nunca.

No es un grito largo. Solo dura un par de segundos. Pero estoy seguro de que la señorita Ji-eun vendrá corriendo enseguida para ver qué ha pasado. Luego caigo en la cuenta de que antes, cuando estaba al otro lado de la pared, no podía oírlos a los dos aquí dentro. Y Jungkook tampoco me había oído llamarlo a gritos desde fuera.

Creo que es una habitación insonorizada.
En la tele salen mucho. Sobre todo en las películas, pero también en otros programas.

Jungkook no se vuelve a mirarme mientras grita, y eso es mala señal. Quiere decir que puede bloquearse. Que se está bloqueando en este momento. Me acerco a él, pero no lo toco.

Cuando el grito pierde fuerza, le digo:
—Jungkook, estoy aquí.

Digo exactamente lo mismo que antes de que se pusiera a gritar. En voz baja, rápido.

Mientras hablo voy moviéndome hasta colocarme delante de él, con el ejército de Lego entre los dos. Veo que ha estado montando un submarino, y por lo que parece, la hélice podrá moverse sola cuando lo haya terminado.

—Jungkook, estoy aquí.

Jungkook ya ha dejado de gritar. Ahora respira muy rápido y fuerte. Eso, según la madre de Jungkook, se llama hiperventilar. Parece como si acabara de correr mil quinientos kilómetros e intentara recuperar el aire. A veces, después de hacer eso se bloquea.

—Jungkook, estoy aquí. Tranquilo. Estoy aquí. Tranquilo.

Ahora mismo lo peor que podría hacer sería tocarlo. Y gritarle tampoco sería buena idea. Sería como empujarlo hacia su mundo interior.

Le hablo bajito y rápido, repitiéndole una y otra vez la misma frase. Intento acercarme a él con la voz. Es como lanzarle una soga y suplicarle que se agarre a ella. A veces funciona y consigo tirar de él antes de que se bloquee, y a veces no. Pero no se me ocurre otra cosa.

Esta vez funciona. Enseguida lo noto.

Ya respira más despacio, aunque incluso si se estuviera bloqueando respiraría más despacio. Le noto en los ojos que no se ha bloqueado. Son ojos que me miran. Que me miran a los ojos. No está yéndose. Está viniendo. Volviendo al mundo.

Me sonríe con los ojos y sé que ha vuelto.

—Tae —dice. Suena feliz, y eso me hace feliz.

—Jungkookie —contesto.

De pronto me siento como la madre de Jungkook. Me entran ganas de saltar por encima de las montañas de Lego y abrazarlo con todas mis fuerzas. Pero no puedo. Seguramente él se alegra de que esas montañas de Lego estén ahí separándonos.

Por eso me mira risueño, porque no tiene que preocuparse de que me acerque a tocarlo.

Jungkook sabe que yo nunca lo toco, pero podría pensar que esta situación es distinta. Nunca hemos pasado tres días separados.

Memorias de un Amigo Imaginario || TAEKOOKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora