Capítulo 47

24 5 4
                                    

—Mark es mi única salvación —digo—. Es la única salvación para Jungkook. Tiene que ayudarnos.

—No lo hará —dice Klute.

El robot también dice que no, moviendo la cabeza.

—Tiene que hacerlo —digo.

Subo en ascensor hasta la décima planta y bajo dos tramos de escalera para llegar a la octava.

La planta de los chiflados.

Me dirijo a la habitación donde vi a Mark por última vez. Donde estaba el calvo chiflado amigo de Mark. Avanzo despacio, muy atento cada vez que doblo una esquina o paso frente a alguna puerta abierta. No quiero toparme con él de golpe y porrazo. Todavía no tengo una idea de lo que le voy a decir.

Veo que la puerta de la habitación está abierta. Me acerco. Intento no pensar en la última vez que nos vimos. En la potencia de su voz. En cómo me lanzó de un lado a otro de la habitación. En sus ojos abiertos de par en par al decirme: «Ni se te ocurra».

Yo le había dicho que no volvería. Que no se me ocurriría volver. Hice una promesa. Pero aquí estoy otra vez.

Me meto en la habitación, dispuesto para el ataque. Y no se hace esperar. Pero, antes de que Mark se me eche encima, capto toda una serie de detalles.

Las cortinas están abiertas y hay muchísima luz en la habitación. Me sorprende. La recordaba oscura y tenebrosa. En mi recuerdo, era una habitación sin ángulos. Solo había manchas de oscuridad. Ahora parece alegre y soleada, como si allí no pudiera ocurrir nada malo, y, en cambio, Mark está ya solo a unos pasos de mí, gritando:
—¡No! ¡No! ¡No!

El calvo de la barba pelirroja sigue tumbado en la cama, rodeado de aparatos que pitan, zumban y destellan. Hay alguien en la otra cama. Es un chico regordete y le pasa algo en la cara. La tiene como fofa y amodorrada.

Hay un tercer hombre en la habitación. Está sentado en una silla, al pie de la cama de Cara Fofa. Tiene una revista en la mano que lee en voz alta para Cara Fofa. Me da tiempo a pillar una serie de palabras sueltas antes de que Mark se me eche encima. Trata sobre algo de béisbol, creo. No sé qué de una pelota baja.

Pero, antes de poder enterarme, Mark me toma con sus manotas del cuello. Aprieta con fuerza, se da la vuelta y me arroja al interior de la habitación. Me estrello contra la cama del calvo. Si no llego a ser un amigo imaginario, hasta la cama se habría ido a la otra punta. Así de fuerte ha sido el golpe.

Pero como soy un amigo imaginario, reboto en ella y aterrizo hecho un guiñapo a los pies de Mark. Me duele la cabeza, el pecho y el cuello. No puedo respirar. Mark se agacha, me toma por el cuello de la camisa y la cinturilla de los pantalones y me lanza por encima de la cama del calvo. Aterrizo en la cama de Cara Fofa. Pero también esta vez salgo rebotado, sin que el enfermo se entere de nada, y caigo rodando. Vuelvo a caerme hecho un guiñapo en el suelo, contra la pared del fondo.

Me duele el cuerpo entero.

Creo que no ha sido muy buena idea venir aquí. Mark no es como una máquina
quitanieves, es más bien como una grúa gigante de esas que llevan una bola colgando de una cadena. Las que usan para tirar edificios viejos. Y no hace más que darme bolazos.

Esta vez me levanto deprisa y corriendo. Tengo que hacerlo si no quiero que Mark se vuelva a lanzar sobre mí y me mande disparado al otro lado de la habitación o se líe a patadas conmigo.

El de la silla, un chico joven y pálido, sigue leyendo. Está en mitad de una pelea y no se entera, ni se enterará nunca. Mark se prepara para el ataque otra vez, plantado entre la cama de Cara Fofa y la pared, cerrándome la huida. De pronto pienso que hubiera sido mejor quedarme en el suelo y escapar hacia la puerta, rodando bajo la cama de Cara Fofa primero y luego bajo la del calvo.

Memorias de un Amigo Imaginario || TAEKOOKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora