Capítulo 31

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La señorita Ji-eun abre la puerta del coche y se sienta al volante. La última campana ha sonado hace cinco minutos y aún quedan algunos autocares en la glorieta, esperando a que suban los últimos niños. Pero la señorita Ji-eun es una maestra de apoyo, no es responsable de lo que hagan o dejen de hacer los alumnos. No tiene que preocuparse de cómo vuelven a casa o de si ha venido a recogerlos una canguro, una tía o una abuela. Ni siquiera de si tienen amigos con quien jugar, de si han comido bien o tienen un buen abrigo para el invierno.

De esas cosas solo se hacen responsables los maestros y maestras como el señor Kim; las que son como la señorita Ji-eun pueden marcharse en cuanto suena la última campana. Seguro que a ellas les parece muy bien que así sea, pero no saben lo mucho que los niños quieren al señor Kim.

Si solo das una hora de clase a la semana, es difícil que los niños te quieran. O si los secuestras.

La señorita Ji-eun arranca el coche, gira a la izquierda y sale enseguida de la glorieta para evitar que los autocares le bloqueen la salida. Está prohibido adelantar un autocar cuando lleva la señal pequeñita de stop encendida.
No se me olvida el día que Jungkook salió corriendo entre dos autocares y un coche que atravesaba la glorieta, saltándose la señal, casi lo atropella.

Jimin estaba allí aquel día. Estaban los dos, Jimin y Jungkook.

Parece que ha pasado mucho tiempo.

La señorita Ji-eun conduce muy atenta. No pone la radio. No hace llamadas. No canta, ni tararea, ni siquiera habla sola. Lleva el volante bien sujeto con las dos manos, pendiente de la carretera. La observo. Pienso que quizá debería sentarme a su lado, pero no lo hago. Nunca me he sentado en el asiento de delante de un coche, y no me apetece ponerme a su lado. Quiero seguirla, y que me lleve hasta Jungkook para poder salvarlo. Pero no quiero sentarme a su lado.

Aunque no hubiera conocido a Summer, habría intentado salvar a Jungkook de todos modos. Quiero a mi amigo y soy el único que puede hacer algo por él. Pero, en cuanto pienso en salvar a Jungkook, me acuerdo de Summer. De la promesa que le hice. No sé por qué, pero es lo que me viene a la cabeza.

No dejo de fijarme en la señorita Ji-eun por si me da alguna pista. En cualquier momento se pondrá a hablar. He estado muchas veces en el coche cuando el padre o la madre de Jungkook viajaban solos, y en habitaciones con muchísima gente que creía estar sola, y por lo general siempre hacen algo. Siempre terminan haciendo algo.

Encienden la radio, o se ponen a tararear, o se atusan el pelo en el espejito del parabrisas, o tamborilean con los dedos en el volante. A veces hablan solos. Hacen listas o se quejan de alguien o hablan con otros conductores que van en los coches de alrededor como si pudieran oírlos a través de los cristales y el metal.

A veces hacen porquerías. Se meten el dedo en la nariz, por ejemplo. Aunque el coche parezca el mejor sitio para hurgarse la nariz, porque parece que nadie te ve y puedes quitarte los mocos antes de llegar a casa, es una porquería. Cuando la madre de Jungkook pilla a su hijo hurgándose la nariz, se enfada mucho con él, pero Jungkook dice que hay mocos que con el pañuelo no salen, y supongo que será verdad porque yo también he visto a su madre meterse el dedo en la nariz. Aunque nunca cuando hay gente delante.

Eso le digo a Jungkook.
—Meterse el dedo en la nariz es como hacer caca —le digo —. Se tiene que hacer cuando estás solo.

Pero Jungkook sigue hurgándose la nariz delante de la gente, aunque ya no tanto como hacía antes.

La señorita Ji-eun no se mete el dedo en la nariz. Ni se rasca la cabeza. Ni siquiera bosteza, suspira o se sorbe los mocos. Va atenta a la carretera y solo mueve las manos para encender la flechita parpadeante cuando va a girar. Es muy seria conduciendo.

Yo creo que es seria para todo. «Seria y formal», diría de ella el señor Kim, cosa que todavía me da más miedo. La gente seria hace cosas serias y nunca mete la pata. Dice el señor Kim que Bae Joo-hyun es una niña seria y formal porque el dictado siempre le sale perfecto y hace los problemas de matemáticas sin ayuda de nadie. Incluso esos que sus compañeros y compañeras no consiguen resolver ni con ayuda.

Si Bae Joo-hyun quisiera ser secuestradora cuando fuera mayor, lo haría muy bien. Seguro que algún día conducirá como la señorita
Ji-eun, sin apartar la vista de la carretera, con el volante bien sujeto y la boca cerrada.

Supongo que la señorita Ji-eun va hacia su casa. Estoy preocupado por lo que pueda haber hecho con Jungkook. ¿Cómo habrá conseguido tenerlo escondido todo el día mientras ella estaba en el colegio? Igual lo ha atado con una cuerda. Jungkook odia sentirse sujeto. No soporta los sacos de dormir porque aprietan. Dice que lo «exprimen». Y que los jerséis de cuello alto lo ahogan, que no es verdad, aunque en parte sí es verdad que ahogan.

Jungkook nunca se mete dentro de un armario, por mucho que el armario tenga las puertas muy abiertas, ni se tapa la cabeza con las mantas. Y se pone solo seis prendas, sin contar los zapatos. Nunca lleva encima más de siete cosas, porque más de siete es demasiado y se ahoga. «¡Me ahogo! —dice a voces—. ¡Me ahogo! ¡Me ahogo!»

Eso significa que si en la calle hace mucho frío, la madre de Jungkook solo consigue que se ponga un par de calzoncillos, un pantalón, una camisa, un abrigo, un par de calcetines y un gorro. Max nunca se pone guantes ni mitones. Y aunque su madre le quitara los calcetines, el gorro y los calzoncillos, que a veces pienso que haría si pudiera, Jungkook se negaría de todos modos a llevar guantes o mitones porque no le gusta tener las manos tapadas y exprimidas, como él dice, en los guantes. Por eso su madre le forra siempre los bolsillos de los abrigos, para que así pueda meter las manos dentro y calentarse un poco.

Como a la señorita Ji-eun se le haya ocurrido dejar a Jungkook atado, o encerrado en un armario o una caja todo el día, la va a armar gorda.

Puede que tenga un ayudante. Puede que esté casada y que su marido haya secuestrado a Jungkook también. Puede que fuera idea de él. O que la señorita Ji-eun le dijera a su marido que ellos podían ser mejores padres para Jungkook que sus propios padres, y que el señor Lee se haya pasado el día vigilando a Jungkook en el papel de padre. Eso sería mejor que no dejarlo atado o encerrado en un armario, pero nada bueno tampoco, porque a Jungkook no le gustan los extraños, ni los sitios extraños, ni las comidas nuevas, ni acostarse a horas distintas, ni nada que sea distinto.

La señorita Ji-eun enciende la flechita que parpadea, pero no veo ninguna calle por delante donde se pueda girar. Solo casas. Una de ellas tiene que ser la suya. Jungkook está dentro de una de esas casas. Me estoy poniendo muy nervioso. Ya casi he llegado por fin.

El coche pasa de largo frente a tres casas y finalmente tuerce a la derecha. Hay una cuesta larga que sube hasta una casa, una casa azul. Es pequeña, pero perfecta. Como las que salen en los libros y las revistas. En el jardín de delante hay cuatro árboles bien grandes, pero, aunque están pelados, no se ve ni una sola hoja en el suelo. Tampoco hay hojas atrancando los desagües o apelotonadas a orillas de la casa. Dos cestas con flores adornan los peldaños que suben hasta la puerta de entrada. Son de esas como las que venden los padres todos los años en el colegio. Con florecitas amarillas.

Seguramente la señorita Ji-eun se las compró a algún padre del cole la semana pasada cuando las pusieron a la venta. Son unas florecitas perfectas. Y el camino asfaltado que lleva hasta la casa también lo es. No se ven grietas ni parches. Detrás de la casa hay un estanque. Una laguna, creo. Asoma por las esquinas de la casa.

Subiendo por la cuesta, la señora Ji-eun agarra un mando a distancia y pulsa un botón. La puerta del garaje se abre. Mete el coche dentro y apaga el motor. Un segundo más tarde, oigo que la puerta del garaje cruje y zumba: se está cerrando.

He entrado en su casa.

Oigo la voz de Summer en mi cabeza, haciéndome prometer de nuevo que salvaré a Jungkook. «Lo prometo», le digo.

La señorita Ji-eun no me oye. Solo Jungkook puede oírme, y dentro de muy poco me va a oír en la realidad. Tiene que estar escondido en algún lugar de esta casa. No puede estar muy lejos, lo encontraré. Me parece increíble haber llegado hasta aquí.

La señorita Ji-eun abre la puerta del coche y sale del garaje. Salgo del coche yo también.

Ha llegado el momento de encontrar a mi amigo.

«Ha llegado el momento de salvar a Jungkook», digo en voz alta.

Me las quiero dar de valiente, pero no lo soy.

Memorias de un Amigo Imaginario || TAEKOOKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora