6| Mi sol se apagó

941 153 275
                                    

Jueves 30 de diciembre del 2020

Dulce

—Falta uno más, aguanta...— avisó en el mismo instante que alzaba su mano y con el látigo dio justo en mi espalda.

De mi boca no salió más que un grito ahogado, el dolor no tardó en llegar. Mi espalda arqueada palpitaba de dolor.

¿Cómo fue que me metí en este problema? Yo no tenía la culpa de nada, ellos me mandaron a servirle la comida a Eduardo ¿Acaso creían que no se la tiraría en la cara?

—Solo llevas una semana en este lugar y ya te castigaron dos veces —soltó el hombre con bigote extraño frente a mí.

Me quitó el seguro de las esposas, semi desnuda frente a él no hizo más que ver mis manos, lo cual agradecía, cuando mis brazos cayeron no pude evitar caer sobre el señor frente a mí.

El cansancio y dolor se habían apoderado de mi cuerpo y mente.

Sentía mi espalda arder. Sin embargo no era nada comparado al dolor que sentí la primera vez que el látigo impactó contra mi espalda.

—Ya, muchacha, te recomiendo no hacer más tonterías.

— ¿Revelarme contra mi secuestrador es una tontería? —murmuré bajo.

Él por su lado, me sostuvo con una mano mientras que con la otra, pasó mi abrigo por mi espalda, me cubrió tapando todo, mis pechos, mis brazos, mi espalda adolorida.

—Es una tontería si no piensas lo que haces —declaró cerrando mi casaca. —Ahora toca esa puerta y que te lleven a tu habitación.

— ¿Cómo te llamas? —pregunté curiosa

—Mi nombre no interesa —habló comenzando a arreglar las cosas que estaban sobre la mesa al costado del colgadero de esposas.

Este cuarto parecía el típico calabozo de tortura, la única luz que entraba era por un foco cuadrado pegado al techo de manera plana, iluminando todo el centro de la habitación.

—A mí sí me interesa.

—Pues que no lo haga y por tu bien espero no volver a verte aquí...—soltó mirándome con seriedad para tocar la puerta por mí al ver que no lo hacía yo.

En cuestión de segundos, la puerta se abrió dejando ver a Hugo y Felipe.

— ¿Terminaste? —preguntó Hugo mirando al hombre a mi lado.

—Si...—pareció querer agregar algo mas pero se lo pensó unos segundos antes de soltarlo —Les recomendaría llamar a Rosa para que cure sus heridas, las de hace días no terminaron de sanar por lo que las de ahora provocaron un sangrado en su espalda.

—Nosotros nos encargamos —dijo Felipe mirando por última vez al hombre torturador agradable.

Me despedí con un asentimiento de cabeza y el hizo lo mismo.

Aunque sonara de lo más extraño, me sentía más tranquila estando con aquel hombre que no tenía ni el mínimo interés en mentirme, ni manipularme porque no le interesaba, que estar afuera de este cuarto de tortura, con gente que claramente quería matarme a punta de engaños y mentiras.

A mis costados, Felipe y Hugo hicieron que me apoyara en ellos para llevarme al que ahora era mi habitación.

Un pequeño espacio que se asemejaba a un cuarto de cárcel, la luz no entraba por ningún lado, salvo por los pequeños focos del pasadizo.

Ahora lo que había aprendido durante esta semana enjaulada, era simple, Felipe y Hugo siempre se mantenían a mi lado, al parecer por orden de la mano derecha, el otro culpable de que mi vida sea una completa mierda.

Prohibido Odiar a Dulce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora