30| Una sola oportunidad

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10 de abril

Dulce

—Iré a visitarlas.

Avisé mientras me ponía de pie. Busque en el armario algo que me entrara como anillo al dedo pero solo pude encontrar un abrigo negro pero suave de Alexander y opté por colocármelo, ahora su ropa era mía, además me quedaba mejor a mí que a él.

— ¿No fuiste ayer? —preguntó sin mirarme.

Desde un extremo de la habitación se veía calmado encima de la silla mecedora donde leía un libro, sino me equivoco era "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez.

—Si pero quiero volver a ir ¿Tienes algún problema con eso? —pregunté de brazos cruzados frente a él. —Al menos tú te entretienes saliendo y charlando con quien se te pegue en gana, yo no tengo esos privilegios.

—Ya, cálmate fiera. —dejó caer su libro sobre su regazó —Puedes ir si quieres pero no intentes nada fuera de lugar, Felipe irá contigo.

—Tanta desconfianza le hace daño a nuestro matrimonio. —solté con burla.

—Aún no estamos casados.

—Exactamente, así que no me controles como si fuera tu maldita esposa o incluso algo tuyo.

—Tú eres algo mío. —sonrió conservando la calma. —Eres mi mujer, para bien o para mal, y...

No. No soy tuya, nada de mi te pertenece.

—Me duele la cabeza. —solté cortando sus palabras.

—No te dolería si dejaras de enojarte por todo.

—Pues si no me hicieras enojar, no estaría molesta todo el tiempo.

—Yo solo respiro y ya te pones irritante. —Se quejó.

—Exactamente, no respires.

—Bien, ya, no discutiré contigo. —Levantó ambas manos en señal de paz. — ¿Que harás después de visitarlas?

—Buscar una forma de suicidarme. —solté con sarcasmo.

—Puedo enseñarte como, si gustas. —me retó con la mirada a lo que terminé rodando los ojos. —Oye, ¿esa no es mi ropa?

—Te parece. —respondí indiferente. —Necesito salir de compras.

— ¿No quieres ir a un McDonald's también?

—Oh, sí, me gustaría mucho. —hablé sujetando una almohada para posteriormente tirársela en la cabeza. —Imbécil.

—Tú comenzaste. —se excusó poniéndose de pie. —A veces no te soporto.

—Oh, cariño, el sentimiento es mutuo. —sonreí con arrogancia para comenzar a bombardearlo con todo lo que se encontrara mi mano.

Él se defendía con su libro, tratando de rodear la cama.

—Estas molesta. —gritó aun detrás del libro.

— ¿Tú crees? —pregunté arrojándole libros de su estante.

—Bien, te entiendo, te comprendo, comprendo el agobio que debes sentir pero ya falta poco, te aseguro que en cuanto suceda, en cuanto lo tengamos, saldremos de este lugar.

—Tú haces promesas y promesas, pero sigues siendo tú, un hombre mentiroso.

—Yo no miento. —gritó de regreso. —Y la verdad que no entiendo porque estás molesta si te di el mejor regalo de cumpleaños.

— ¿Crees que secuestrar a mis amigas para que yo no me sienta sola en mi encierro es un buen regalo?

— ¿No lo es?

Prohibido Odiar a Dulce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora