40| Cuentamelo todo

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11 de junio

Lucas

Oscuridad.

Todo a mí alrededor era completa oscuridad.

¿En dónde estaba?

Comencé a caminar sin rumbo, era como si me encontrara caminando con los ojos completamente cerrados, temía tropezar con algo pero al caminar unos cuantos metros en silencio y no tropezar con nada a mi paso comprendí que nada se interpondría después así que corrí.

— ¿Joe? —llamé, pero mi hermana no respondió.

¿Acaso estaba muerto?

— ¡Adán! —grité una vez más, esperanzado en escuchar al menos una voz familiar. — ¡Dulce!

No hubo respuesta.

¿Y si realmente estaba muerto?

— ¡Becca! ¡Damián!

Bien, si llegara a estar muerto, necesitaba regresar para decirle a Adán que había después de morir, a ver si así se le quitaba esa estúpida idea de irse.

Estar en completa oscuridad no era muy bonito que digamos.

Pasé lo que creí minutos, caminando sin rumbo, gritaba pero nadie contestaba y dudaba que alguien fuera a hacerlo. Al menos, si esto era el infierno, preferiría no escuchar ninguna voz conocida.

Entonces, cuando creí que la oscuridad no acabaría, una luz descendió desde arriba, brilló por un segundo y frente a mi apareció un rayo de luz, era muy brillante.

—Debería...

Ansioso por saber que era, me acerqué lo suficiente para tocar aquel rayo de luz que descendía, entonces, pude recordar, como si entre los tantos recuerdos que tenía en mente, uno apareciera justo frente a mí.

Mi primer deseo.

"—Quiero tener una familia. —susurré mientras comía con la cabeza agachada.

Los niños a mi lado comenzaron a murmurar, algunos con temor y otros simplemente en burla, creyendo quizá que mi deseo jamás se cumpliría.

Después de todo, estábamos en un orfanato.

Si dios o la vida querían que tuviera una familia, ya lo habían dejado muy en claro que no sería así.

—Yo soy tu familia. —Joe cogió mi mano y entrelazó sus dedos con los míos.

Esa sonrisa era tan...reconfortante.

Siempre que estaba triste, ella me sonreía, sabía que era su mejor método para hacerme sentir bien y creo que inconscientemente yo había copiado aquel habito.

—Lo sé, pero quisiera más hermanos. —admití en un susurro, que claro, ella logró escuchar.

Termine ganándome un zape. Para ser una niña de ocho años, mi hermana tenía la mano muy pesada.

—Yo soy tu hermano.

—Pero eres una niña.

— ¿Y qué hay de malo con eso?

—No digo que sea malo.

—Más te vale.

Sonreí ante sus amenazas que no tenían nada de amenazadoras.

—Bueno, si tú eres mi única hermana, quisiera entonces tener amigos.

—Ah, eso si puedes tener.

—Quiero tener mil amigos.

Prohibido Odiar a Dulce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora