0| Prólogo

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Miércoles 26 de enero, 8:45 pm.

Damián

Soledad

Engaños 

Mentiras

Esa era la clase de vida que había estado llevando, incluso desde que era un simple niño. Siempre fue mi mundo y yo. Nadie entraba ni salía de él. Hasta que un día, alguien lo hizo.

La primera persona que entró a mi vida fue una niña. Una niña que apareció de la nada a salvarme de la mirada de todos. Ella fue la primera y seguirá siéndolo hasta que yo deje de existir.

Luego mi hermana, la segunda persona que se metió sin pedir permiso. Recuerdo tener vagos recuerdos sobre nuestros primeros acercamientos. Fue una noche, en casa, una noche más de las que papá no estaba, en su lugar, quedábamos solo los tres, mi madre, mi hermana y yo.

Recuerdo como esa noche comenzó a tronar, ella entró a mi habitación y me abrazó sin hablar. Nunca supe si aquel abrazo significó algo en especial. No supe si me abrazaba para que no tuviera miedo o era ella la que no quería sentirse sola.

— ¿Damián? —la voz de Becca detrás de la puerta se escuchó a los segundos.

—Estoy ocupado —solté rápido.

— ¿Haciendo qué? ¿Emborrachándote? —habló molesta a la vez que entraba a mi despacho sin avisar.

—Le prometí que no caería en algo tan bajo si ella se iba...—murmuré bajo, recogiendo los papeles de mi escritorio con rapidez.

—Y tú, siempre cumples con tus promesas...—concluyó mientras caminaba hacia la ventana la cual tenía las cortinas cerradas pero no por mucho tiempo ya que fue ella quien las abrió de un tirón. —Tu casa tiene buena vista...

¿Cuándo amaneció? Pestañee muchas veces debido a que no había visto la luz en un día entero por estar encerrado en mi despacho.

Ya cuando me acostumbré a la luz, miré tras la ventana, el paisaje no estaba mal. A lo lejos podía observar el bosque inmenso que se llevaba toda mi atención. Comprarme una casa con un patio dándole la espalda al bosque era algo que quería hacer hace mucho.

Tal como Dulce lo había deseado, quería paz. Sin duda, esta vista se la daría.

—Me gusta la tranquilidad que transmite...—respondí tomando mi saco con una mano y con la otra mi maletín — ¿Nos vamos?

—Se me olvidaba que aún no te mudaste completamente a esta casa...—comentó tomando su bolso que había dejado en un sillón negro, cerca de mi escritorio.

—Es mejor continuar en aquel departamento, así podré vigilar a todos.

—Pero...ya no puedes ni dormir en ese departamento.

Dejé salir un largo suspiro.

Claro que no podía dormir en ese maldito departamento, no después de haber pasado tanto tiempo en el con Dulce, sin ella, ese lugar no era más que un hueco lleno de recuerdos que torturaban mi noche.

—Es mejor seguir como antes, no levantar sospechas de quien soy para nadie.

Ella me miró intensamente por unos largos segundos, luego, salió de mi despacho para caminar a mi lado hacia la salida. Pasamos la sala, la cocina, todo de esta casa demostraba calidez, este sería mi regalo para Dulce para cuando regrese porque ella regresaría, yo la traería de regreso. 

—Eres más que tan solo un Vans.

Mierda, lo mismo de nuevo. La miré confundido y cansado, ella se detuvo abriendo la puerta del copiloto para mirarme con seriedad.

Prohibido Odiar a Dulce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora