45| La extraña

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Ellie

Domingo, 9 de julio.

Paciencia

Esa palabra era lo que no tenía, y tampoco estaba interesada en desarrollar tal capacidad, era molesto tener que controlarse y pensar siempre de forma calmada. A mi vida le faltaba adrenalina.

Y por pensar justamente en obtener aquello fue que me había metido en problemas. Serios problemas.

Pude rehacer mi vida en otro lugar después de escapar de ese sanatorio, quizá mudarme a otro país, con otra identidad, incluso casarme o alguna de esas mierdas después de todo el dinero no era un problema pero claro que yo no me quedaría aburrida de brazos cruzados viendo desde lejos como esa chiquilla loca se llevaba al infierno a esos mentirosos.

Yo quería estar presente cuando el mundo ardiera. Y si mi destino no era estar en primera fila para ver tal espectáculo, pues cambiaria mi destino, lo obligaría a hacerlo.

— ¿Que deberíamos hacer con ella? —preguntó el más joven de la sala.

Era un chico castaño, tenía los brazos cruzados, su rostro estaba muy calmado ante mi presencia, suponía que no me conocían pero a comparación del otro hombre que estaba a su lado, su mirada era distinta hacia a mí, como si me reconociera de algún lado.

Bueno, me habían capturado.

Creo que ahora si debía desarrollar esa paciencia, en planes como vigilar o capturar como se me asignaron, terminé siendo secuestrada por el enemigo, bueno ni tan enemigos pero vaya que sería un caos si la sombra se enterara que en mi primera misión para medir mi capacidad fui capturada.

Y todo por no esperar a que ese tonto se fuera.

Él se había dado cuenta que lo estaba persiguiendo, me preguntaba si acaso era el guardaespaldas de ese viejo que era mi objetivo.

—Primero, deberías desatarla, es una dama.

Le sugirió el viejo, jalando una silla para poder sentarse frente a mí, este ambiente me daba aires de un interrogatorio de la CIA, dos hombres frente a mí, dispuestos a hacerme hablar. Me parecía que estábamos en una especie de cuarto subterráneo, no había ruido externo en la habitación.

Solo éramos ellos y yo, frente a frente. Ellos con la libertad de movimiento y yo con la libertad de no hablar.

— ¿Acaso quieres que te rompa el cuello? —le preguntó su aprendiz incrédulo, sonando casi como reclamo a la vez que me miraba con recelo. —Esa chica está loca, me intentó estrangular.

—Tú me tiraste al suelo. —susurré encogiéndome de hombros.

—Pues porque tu venias siguiéndonos. —respondió con obviedad. —Y ahora que comenzaste a hablar, dinos quien eres.

—Primero, desátame. —ordene manteniendo la mirada fija en ellos.

—No.

—Hazlo.

—Pero, jefe, esa chica te estuvo siguiendo por una semana entera, lo revisé en cada cámara, desde tu casa hasta el mismo departamento.

Bueno, quizá no había sido muy discreta, esto de ser espía no era lo mío después de todo.

Rodee los ojos ante tal exageración. Ni siquiera fue una semana, fueron tan solo cinco días después de todo mi reporte debía ser enviado en un plazo de una semana. Me quedaba para ser exacta un día con catorce horas.

—Es una orden.

Y con esas simples tres palabras, el joven tuvo que hacer caso, se acercó a mí, se inclinó hacia la altura de mis manos que iban atadas por detrás de la silla. Cuando sentí esa ligereza, aproveché para golpear parte de su mejilla.

Prohibido Odiar a Dulce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora