33| Un presentimiento

310 35 8
                                    

29 de mayo

Damián

Había pasado un mes desde aquel rayo de esperanza que nos golpeó.

La señal que el infiltrado de Samuel logró enviar, fue captada por su sistema, sin embargo así como apareció, desapareció entre el denso bosque en cuestión de segundos, lo que provocó que no se captara la señal con precisión.

Pero no todo era malo, al menos aquella señal al menos nos había dado un indicio, una referencia de donde se ubicaban.

Nos encontrábamos en Canadá, para ser más precisos en la abominable Taiga. Habíamos explorado parte de su bosque, tratando de buscar indicios o sedes pero no hallábamos nada.

Al menos nada a la vista, este lugar era tan monstruoso, era muy inmenso y llevábamos como un mes inspeccionándolo.

Si tan solo se emitiera una señal más, pensé.

Solo necesitábamos una pequeña pista para llegar a ellos. Esta sin duda era la tercera cede en la pirámide, ni siquiera estábamos en la cima.

Me imagino que para hallar incluso la segunda y la primera cede de ese viejo, tendría que llevarnos mucho más tiempo del que ya usamos.

Incluso para hallar las últimas dos bases que destruimos junto a Sam, no fue del todo nuestro mérito. Eso se lo debíamos a Zed, quien ubicó la quinta base y a Adán que descubrió no muy lejos la cuarta. Ellos habían chocado en New York e inesperadamente se habían aliado en un bar de mala muerte.

Toda una anécdota, según ellos.

—Mis dedos se congelaron por completo. —declaró Zed a mis espaldas.

Lo miré con preocupación y curiosidad, a veces el solía bromear durante nuestro recorrido, se aburría muy seguido, aun mas cuando todos guardábamos silencio.

—Te dije que te pusieras los guantes gruesos, idiota. —le recriminó Sam, mientras volteaba para ver el estado de su amigo y sacaba un par de guantes más desde uno de los bolsillos de su abrigo para lanzárselos en la cara. —Póntelos.

—Te falta un toque de amabilidad. —rodó los ojos, Zed. — ¿Dónde quedaron las promesas de que cambiarias?

Quise reír al recordar todo lo que Sam le había dicho a Zed, para disculparse y para que regresara.

Él mencionado lo ignoró, claramente estaba avergonzado.

—Yo no recuerdo nada.

—Así son los hombres, indiferentes y mentirosos todos. —le apoyó Adán con unas palmaditas en la espalda a lo que Zed asintió con exageración.

Parecían un par de niños. Me alegraba que se llevaran tan bien.

— ¿Cuál mentiroso, hermanito? —me acerqué a él por detrás, tomándolo por los hombros. —Me ofendes.

—Tú en especial. — me dedicó una mirada asesina mientras caminábamos.

Este bosque era interminable, cada que salíamos a inspeccionar cada área a pie ya que los drones no podían hacer el trabajo por debajo de los angostos y frondosos pinos, el "paseo" a pie era fundamental.

Habíamos recorrido por un mes estos lares, sin resultados.

Zed y Adán eran los que más rápido pescaban un resfriado por lo que habían días en los que solamente éramos Samuel y yo.

Eso de alguna manera nos había unido un poco, ahora ya no quería matarme a cada hora, sino cada siete, era un gran cambio viniendo de él.

—Tonterías. —soltó Sam, avanzando con rapidez. —No se queden atrás, aún nos falta por recorrer alrededor de cien metros más.

Prohibido Odiar a Dulce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora