43| Sus ojitos

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2 de julio

Damián

— ¿Que se supone que pasará ahora?

Mire a las personas que tenía frente a mí.

No podía ocultarles nada, ni aun si temía por mi vida o la de ellos, jamás podría mentirles de una manera tan extraordinaria. Uno sabía leer perfectamente y el otro me conocía lo suficiente como para saber que algo malo se veía venir.

—Solo tenemos que prepararnos para lo peor. —respondí calmado, no era momento para entrar en pánico.

—Bien, entonces debemos llegar lo antes posible al departamento.

Asentí mientras dejaba el florero con las flores recién cambiadas sobre la pequeña mesita que se encontraba al lado de la cama del rubio.

—Llévenme. —repitió por décima vez. —Me comportaré, lo juro.

—No, aun no puedes moverte con rapidez. —lo acusó Adán, por su bien. —Así que ni pienses en salir a seguirnos o pediré que te encierren en esta habitación.

Lucas no tardó en mirarlo con los ojos chinos y cruzarse de brazos, parecía un niño haciendo berrinche.

—Dije que si puedo caminar.

—Te contaremos todo en cuanto regresemos, además te traeré una pizza si eso quieres. —agregué para que nos dejara ir.

Pareció pensar pero antes de incluso aceptar, Adán se negó.

—No puedes comer esas cosas, me niego. —el otro se cruzó de brazos también.

Mierda, nos estábamos tardando mucho.

Papa nos había mandado a llamar con suma urgencia pero nos había agarrado justo cuando nos encontrábamos dándole de comer al rubio flojo que fingía no sentir sus brazos de vez en cuando para que le diéramos de comer como rey.

—Si no me traen una pizza, les juro que no me encontraran cuando regresen.

Esas palabras que sonaron del todo una amenaza puso en alerta a Adán quien lo fulminó con la mirada.

—Tú no estás cuando regresemos y te juro que no vuelves a ver a jamón.

Uh.

Su hijo canino había salvado muchas situaciones antes, en su mayoría Adán lo utilizaba y lo amenazaba con no traer a jamón si Lucas no se esmeraba lo suficiente en su rehabilitación, era una herramienta muy eficiente.

—La maldad no te deja dormir, Adán.

Y con esa respuesta, salimos a toda marcha en dirección al estacionamiento donde nos esperaba el auto de Adán, quien en seguida se puso al volante y apretó el acelerador una vez dentro.

— ¿De qué crees que quiera hablarnos?

—No lo sé, pero papá últimamente hace de mensajero de malas noticias.

—Debería cambiar de trabajo.

—Sí, y tu también. —respondí metiéndole un zape con la mayor suavidad posible. —Andas muy ocupado.

—Lo sé, solo quiero que Lucas se recupere lo antes posible para que pueda volver al equipo.

—Jamás estuvo fuera. —aclaré.

—No me refería a eso.

El me miró por un momento pero luego desvió la mirada hacia la carretera en la cual se concentró por el resto del camino.

—Buenos días, el señor Rafael los está esperando en la habitación 0.

Nos recibió un hombre nuevo, no era conocido en recepción, lo que me puso alerta pero de inmediato supe que era alguien extra de seguridad.

Prohibido Odiar a Dulce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora