Harmony

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Harmony tomó su taza de café y sus galletas, y las llevó hasta su escritorio, donde se sentó frente a la computadora a esperar que se iluminara con la videollamada de Dylan

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Harmony tomó su taza de café y sus galletas, y las llevó hasta su escritorio, donde se sentó frente a la computadora a esperar que se iluminara con la videollamada de Dylan. Este se había convertido en su ritual de los sábados en la mañana, siempre esperar a tener noticias suyas y hablar durante el tiempo que su amigo tuviera, pues su vida en el ejército a veces era complicada y los minutos, valiosos. Cuando Dylan decidió enlistarse, la chica sintió que su corazón se rompía, ya que durante mucho tiempo solo habían sido ellos dos; al principio pensó que la estaba abandonando, pero luego comprendió que no podía impedirle conquistar sus sueños. De ese modo, una calurosa tarde de verano, entre promesas, lágrimas y abrazos, los amigos se dijeron adiós.

Se habían conocido cuando ella tenía siete años y él estaba cumpliendo ocho. Ser la niña huérfana y pobre del barrio no la hacía acreedora de muchas oportunidades, por lo que al ser invitada a la fiesta de cumpleaños del hijo de sus nuevos vecinos, no pudo estar más feliz. Contrario a los demás niños, que siempre se burlaban de ella, el chico fue amable, y desde ese momento se volvieron inseparables: eran los mejor amigos y confidentes, iban a la escuela juntos y pasaban los fines de semana escuchando música o viendo sus películas favoritas. De esta forma fueron creciendo, en edad y sentimientos. Entonces, llegaron los dulces dieciséis de Harmony y, como su abuela no tenía dinero, Dylan decidió que él se los celebraría; la invitó a su cafetería favorita y comieron hamburguesas con papas fritas. Esa fue la primera vez que se besaron y creyeron que estaban enamorados, su relación de amigos pasó a ser algo más y durante un año se pasearon tomados de la mano y besándose en cualquier rincón. No obstante, algunos sentimientos no están destinados a cambiar; eso lo descubrieron la noche del decimoctavo cumpleaños de Dylan. Pensaron que era el momento de dar un paso más en su relación, así que, luego de planearlo bien, terminaron en una habitación de hotel, decorada con velones tomados de la colección que tenía la abuela de Harmony para el altar de la Virgen y pétalos de flores arrancadas del jardín de la madre de Dylan. De esa forma, entre caricias torpes y besos nerviosos, terminaron teniendo sexo por primera vez, con la luz apagada y ocultos bajo las sábanas, con el pudor de quienes no tienen idea de lo que significa la verdadera pasión.

—¿No te parece que lo que acabamos de hacer se sintió como si estuviéramos cometiendo incesto? —preguntó Dylan mientras ambos yacían de espaldas cubiertos hasta el cuello, como si la oscuridad no fuera suficiente protección para su tímida desnudez, observando el cielorraso descascarado.

Harmony hizo una mueca antes de responder.

—Además del incesto, agrégale lo malo que fue.

Se quedaron en silencio un momento, antes de que los dos prorrumpieran en sonoras carcajadas.

A partir de ese momento, retomaron la amistad y olvidaron los besos. Meses después, cuando Dylan encontró una chica que le gustaba y le pidió ser su novia, Harmony se alegró por él. Ella, por su parte, decidió que el amor era algo demasiado complicado de discernir, por lo que nunca más volvería a tomárselo a la ligera. Y así lo hizo: mantuvo su promesa durante cuatro años, y a sus veintiún años no había vuelto a tener más novios; en cambio, dedicaba el tiempo a estudiar y a su trabajo en una tienda de antigüedades. Sus únicas citas eran los sábados en la mañana con su amigo a través de una cámara.

Un eterno amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora