Nathan se acomodó la gorra de béisbol y los lentes oscuros antes de bajarse del auto para ingresar a la clínica

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Nathan se acomodó la gorra de béisbol y los lentes oscuros antes de bajarse del auto para ingresar a la clínica. Cuando despertó, Joshua ya se había ido a trabajar, dejándolo solo para pensar si era buena idea o no visitar a su padre. Al cruzar las puertas, algunos de los pacientes e incluso enfermeras se lanzaron sobre él pidiéndole autógrafos y fotografías. Con el carisma que lo caracterizaba y el gran aprecio que sentía por sus fanáticos, permitió que algunas chicas lo abrazaran y se tomaran fotos. Por fortuna, allí el público no era tan grande y logró desprenderse rápidamente; aunque, pensándolo mejor, era más sencillo enfrentar a un grupo de chicas fanáticas y enamoradas del artista que a un padre incapaz de comprender las decisiones tomadas por su hijo.

Entró al ascensor y pulsó el botón del último piso, donde se encontraba la oficina de su progenitor. Por un momento, deseó ir en busca de su hermano y pedirle que lo acompañara, no obstante, rechazó la idea enseguida. Durante muchos años, Joshua había sido el escudo que se interponía en las rencillas entre Nathan y Aaron, situación que tenía que cambiar de una vez por todas. Tenía asumido que nunca lograría llevarse bien con el hombre que lo había engendrado, que mientras continuara por el camino que había elegido, su padre lo seguiría considerando un fracaso.

Llegó hasta donde se encontraba la secretaria, una mujer bastante joven y atractiva, a la que no había visto antes, aunque eso no era nada extraño. Por el puesto desfilaban un sinnúmero de mujeres, ninguna aguantaba mucho tiempo el carácter agrio y demandante de Aaron Henderson.

—Buenos días —saludó con una sonrisa.

Ella al principio no pareció darle mucha importancia, pero eso fue solo hasta que apartó la vista de su computadora para enfocarla en el recién llegado. Sus ojos se ampliaron y se puso de pie de un salto.

—No lo puedo creer, eres Nathan Henderson en persona —casi gritó—. Amo tus canciones y estuve en varios conciertos de tu gira por el país.

—Vaya, eso es muy amable de tu parte.

—Santo cielo, mi hermana no me creerá que estuviste aquí. Ella también es fan de tu banda y tuya, por supuesto. Cuando le dije que trabajaba en esta clínica con tu hermano gemelo, casi se muere. Eres tan guapo en la vida real como te ves en la televisión, incluso podría decirse que más. —La chica se veía como una niña en la mañana de Navidad dándose cuenta de que Santa le había traído como regalo al novio de la Barbie que tanto pidiera—. Por cierto, soy Kate. ¿Puedo darte un abrazo?

—Claro —respondió Nathan sin perder la sonrisa. Era bueno que estuviese acostumbrado a estas muestras de efusividad, pues ella se lanzó sobre él y no solo para abrazarlo, además, aprovechó para plantar un sonoro beso en su mejilla.

—¿Señorita Rochester? —escuchó una voz con tono reprobatorio. Él se alejó de la mujer para encontrarse con la mirada fría de su padre—. Aquí se le paga para trabajar, no para comportarse como una adolescente dejando caer las bragas por un artista cualquiera.

Un eterno amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora