Joshua terminó de hacer anotaciones en la historia clínica de un paciente que había sufrido un accidente mientras practicaba bicicrós; el chico, de apenas quince años, acabó con los brazos rotos tras una aparatosa caída

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Joshua terminó de hacer anotaciones en la historia clínica de un paciente que había sufrido un accidente mientras practicaba bicicrós; el chico, de apenas quince años, acabó con los brazos rotos tras una aparatosa caída. El sonido de los altavoces se activó y el médico se quedó atento para saber a quién llamarían.

—Doctor Henderson, es solicitado en emergencias; doctor Henderson, a emergencias.

Dejó la planilla sobre el mostrador para que las enfermeras se hicieran cargo y se apresuró a la puerta por la que sabía que entrarían con el paciente.

—¿Qué tenemos? —preguntó al paramédico que entraba empujando una camilla.

—Paciente Harmony Reed, veintiún años, arrollada por un auto. Traumatismo craneal leve, no parece presentar ninguna hemorragia cerebral. Posibles fracturas a nivel de miembro inferior izquierdo. Presión arterial estable.

—Bien, llévela a rayos X —ordenó al tiempo que se movía al lado de la camilla para tomar los signos vitales.


Harmony escuchó voces que parecían lejanas y fue abriendo los ojos intentando descifrar en dónde estaba y lo que había sucedido.

—Señorita Reed, soy el doctor Henderson, ¿puede escucharme?

La chica parpadeó varias veces, tragó y sintió la boca seca. Giró la cabeza buscando la fuente de aquella voz y sus ojos se encontraron con unos de color gris como un cielo que anunciara tormenta. El hombre era tan guapo que estaba segura de que en la vida real no era posible que existiera. Parecía muy alto, al menos desde su posición acostada, y su cabello rubio oscuro estaba peinado de forma prolija.

—¿Puede hablarme? —preguntó él acercándose un poco. Entonces, ella rompió a llorar sobresaltándolo—. ¿Señorita Reed?

—Estoy muerta —sollozó sin poder creer que aquel hombre estuviera de verdad frente a ella.

—¿Muerta? —preguntó confuso—. Usted no...

—No puede ser, morí en el accidente —continuó interrumpiéndolo.

—¿Por qué piensa que está muerta? —indagó comenzando a preocuparse por si habían pasado algo por alto y la paciente podía tener algún daño cerebral.

—¿Que por qué lo pienso? ¿Acaso no es obvio? —Él negó, pues no veía nada obvio en lo que estaba pasando—. Mírese, seguro usted es un ángel, es demasiado guapo para que ande por ahí suelto, así que sé que morí y estoy en el cielo. Porque, déjeme decirle, tengo que estar en el cielo, soy muy buena para ir al infierno. No bebo, no fumo, nunca he consumido drogas, no me acuesto tarde, porque tampoco es que tenga muchos motivos para hacerlo, y, lo peor, ni siquiera tengo sexo. ¡Oh, por todos los santos! —gritó tratando se incorporarse.

Joshua la tomó por los hombros y la instó a recostarse.

—Por favor, cálmese.

—Es que usted no lo entiende, estoy muerta, fui al cielo por ser buena, pero en realidad hubiese deseado ser un poco mala, al menos hubiera querido saber lo que es disfrutar del buen sexo, la única vez que lo hice fue desalentadora, por decirlo de alguna forma suave.

Un eterno amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora