Harmony sintió como si volara mientras pedaleaba, con el viento golpeando su rostro y agitando su cabello

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Harmony sintió como si volara mientras pedaleaba, con el viento golpeando su rostro y agitando su cabello. Un poco más atrás, Josh y Nate la observaban atentos, disfrutando de la felicidad que irradiaba por algo tan simple como un paseo en bicicleta.

La casa de la señora Flanagan se encontraba en una bonita y tranquila zona residencial de Santa Mónica. La mujer mostró un gesto de felicidad cuando, al abrir la puerta, al otro lado se encontró a su joven amiga. Se abrazaron como si llevaran años sin verse.

—¡Que sorpresa! —exclamó la mujer—. No sabes lo feliz que me haces al visitarme y sobre todo trayendo a este par de alegrías para la vista.

—¿Qué tal, señora Flanagan? ¿Cómo se encuentra? —saludó Josh con formalidad.

—Ah, doctor Henderson, a mi edad uno ya ni sabe qué responder a eso. Lo único que diré es que no extraño para nada la clínica.

—Voy a tener que sentirme dolido por eso, pensé que la había tratado muy bien —se quejó él llevándose la mano al pecho de forma teatral.

La anciana rio poniendo una mano en su hombro.

—Digamos que lo único que extraño es a usted, pero, por favor, pasen. Qué descortesía la mía no invitarlos a entrar. —En el momento en que pasaban por su lado, Nate le sonrió poniéndose de costado, manteniendo su trasero lejos de las manos curiosas de la mujer.

—Señora Flanagan, un gusto verla —dijo de forma encantadora.

—Querido, lo mismo digo, lo mismo digo —respondió sonriendo. Cuando se sintió confiado y le dio la espalda, sintió la palma aterrizar en su trasero haciéndolo dar un salto.

Harmony y Josh, que se percataron de lo sucedido, apretaron los labios intentando contener la carcajada. Él los miró de forma acusadora.

—Me pregunto, ¿por qué no palmea el culo de Josh? —susurró.

—Seguro no me encuentra tan atractivo como a ti —respondió su hermano.

—Idiota, eres exactamente igual a mí.

—Entonces es tu trasero lo que ella quiere —se burló el otro.

La señora Flanagan los invitó a sentarse y la embargó la curiosidad al ver que Harmony se sentaba y enseguida los hombres lo hacían a cada lado de ella. Tan pegados, que la chica apenas si podía moverse, sin embargo, eso no parecía molestarla en absoluto, en cambio, se veía radiante y satisfecha.

—Estaba a punto de servirme un refrigerio, ¿Harmony, me acompañas a la cocina para que me ayudes a traerlo?

—Claro que sí —respondió ella saltando.

—Quedan en su casa, jovencitos —les dijo antes de que las dos se encaminaran a la cocina—. ¿Así que con cuál te estás acostando? ¿O acaso te acuestas con los dos? Por lo que pude ver, podría jurar que es así.

Un eterno amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora