CAPITULO 3

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Del nacimiento del rey Arturo y de su cria

La reina Igraine engordaba más cada día, y acaeció que, pasado medio año,
mientras yacía el rey Uther con ella, le preguntó por la fe que le debía de quién
era el hijo que tenía dentro de su cuerpo; entonces fue muy turbada de tener
que dar respuesta.
—No desmayéis —dijo el rey—, sino decidme la verdad, y os amaré más,
por la fe de mi cuerpo.
—Señor —dijo ella—, os diré la verdad. La misma noche que mi señor fue
muerto, a la hora de su muerte, como atestiguan sus caballeros, entró en mi
castillo de Tintagel un hombre como mi señor en el habla y el continente, y
dos caballeros con él con la semejanza de sus dos caballeros Brastias y
Jordans, y fui a la cama con él como era mi deber con mi señor, y esa misma
noche, como he de responder ante Dios, fue engendrado este hijo en mí.
—Verdad es —dijo el rey—, como decís; pues fui yo quien entró con esa
apariencia. Así que no tengáis desmayo, pues yo soy el padre de ese hijo —y
le contó toda la causa, cómo fue por consejo de Merlín. Entonces la reina hizo
gran gozo al conocer quién era el padre de su hijo.
Poco después vino Merlín al rey, y dijo: «Señor, debéis proveer a la crianza
de vuestro hijo.»
—Hágase —dijo el rey— como tú quieras.
—Pues bien —dijo Merlín—, conozco a un señor vuestro en esta tierra,
que es hombre muy verdadero y fiel; él tendrá la crianza de vuestro hijo; se
llama sir Héctor, y es señor de grandes posesiones en muchas partes de
Inglaterra y Gales; enviad, pues, por este señor, sir Héctor, que venga a hablar
con vos, y pedidle, por el amor que os tiene, que dé a criar su propio hijo a
otra mujer, y que su mujer críe al vuestro. Y cuando el niño nazca, mandad
que me sea entregado en aquella secreta poterna, sin bautizar.
Y como Merlín devisó, fue hecho. Y cuando llegó sir Héctor, hizo promesa
al rey de criar al niño como el rey deseaba; y el rey otorgó a sir Héctor grandes
recompensas. Y cuando parió la señora, el rey mandó a dos caballeros y dos
dueñas que tomasen al niño y lo envolviesen en un paño de oro, «y entregarlo
al mendigo que halléis en la poterna del castillo». Así fue entregado el niño a
Merlín, y éste lo llevó a sir Héctor, e hizo que un hombre santo lo bautizase, y
le pusiese de nombre Arturo; y la mujer de sir Héctor lo crio con su propia teta.

El Rey Arturo y los Caballeros de la
 Mesa Redonda
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