CAPITULO 25

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Cómo vino la Reina Orkney a esta fiesta de Pentecostés, y sir Gawain y
sus hermanos vinieron a pedir su bendición

Entonces el rey y ellos fueron a comer, y fueron servidos de la mejor
manera. Y estando sentados comiendo, llegó la reina de Orkney, con gran
número de dueñas y caballeros. Entonces se levantaron sir Gawain, sir
Agravain y Gaheris, fueron a ella, y la saludaron de rodillas y pidieron su
bendición; pues en quince años no la habían visto. Entonces habló ella en voz
alta a su hermano el rey Arturo:

—¿Qué habéis hecho de mi joven hijo sir Gareth? Aquí estuvo entre
vosotros un año, e hicisteis de él un pícaro de cocina, lo que es vergüenza para
todos vosotros. ¡Ay, qué habéis hecho de mi querido hijo, que era mi dicha y
alegría!

—¡Oh!, querida madre —dijo sir Gawain—, no le conocí.

—Ni yo —dijo el rey—, de lo cual ahora tengo pesar; pero gracias a Dios
ha probado ser el más digno caballero de cuantos viven de sus años, y no
tendré alegría hasta que pueda hallarle.

—Ah, hermano —dijo la reina al rey Arturo, y a sir Gawain, y a todos sus
hijos—, gran vergüenza os hicisteis cuando tuvisteis entre vosotros a mi hijo
en la cocina y le disteis de comer como a un pobre puerco.

—Gentil hermana —dijo el rey Arturo—, debéis saber bien que no lo
conocí, como tampoco sir Gawain, ni sus hermanos; pero ya que es así —dijo
el rey—, que se ha ido de todos nosotros, debemos pensar un remedio para
hallarle. También, hermana, creo que podíais haberme hecho saber su venida,
y si entonces no lo hubiese tratado bien podríais haberme culpado. Pues cuando vino a esta corte se apoyaba en los hombros de dos hombres como si
no pudiese andar. Y entonces me pidió tres dones; y uno de ellos lo pidió el
mismo día, que fue que le diese suficiente de comer durante esos doce meses;
y los otros dos los pidió al cumplirse el año, y fue poder tomar la aventura de
la doncella Lynet, y el tercero que sir Lanzarote le hiciese caballero cuando él
se lo desease. Y le otorgué todo su deseo, y muchos de esta corte se
maravillaron que pidiese sustento por un año. Y por ello creímos, muchos de
nosotros, que no venía de noble casa.

—Señor —dijo la Reina de Orkney al rey Arturo su hermano—, sabed bien
que lo envié a vos muy bien armado y encabalgado, y dignamente aparejado
de su cuerpo, y sobra de oro y plata que gastar.

—Puede ser —dijo el rey—, pero de eso no vi nada; salvo que el mismo
día que partió de nosotros, los caballeros me dijeron que vino un enano
súbitamente, trayéndole armadura y un buen caballo muy bien y ricamente
aparejado; y a todos nos maravilló de dónde venían aquellas riquezas, de
manera que todos presumimos que venía de hombres de merecimiento.

—Hermano —dijo la reina—, todo eso que decís creo, pues desde que se
hizo mayor ha sido de maravillosa agudeza, y fue siempre leal y verdadero a
su promesa. Pero maravíllame —dijo—, que sir Kay se burlase y riese de él, y
le diese el nombre de Beaumains; sin embargo —dijo la reina—, sir Kay le
llamó más acertadamente de lo que él creía; pues me atrevo a decir que si vive,
es el hombre de más hermosas manos y bien dispuestas de cuantos viven.

—Hermana —dijo Arturo—, dejad esa habla, y por la gracia de Dios será
hallado si está dentro de estos siete reinos, y dejad pasar todo esto y alegraos,
pues ha probado ser hombre de honor, y ése es mi contentamiento.

El Rey Arturo y los Caballeros de la
 Mesa Redonda
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