CAPITULO 22

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Cómo por la noche vino un caballero armado, y luchó con sir Gareth, y él,
mal herido en el muslo, le cortó la cabeza al caballero

—Por esta causa: saber con certeza cuál era vuestro nombre, y de qué
linaje venís.

Y entonces mandó traer ante él a Lynet, la doncella con la que había
cabalgado por muchos caminos fragosos. Y entonces fue sir Gareth más alegre
de lo que fuera antes.

Y allí se hicieron promesa el uno al otro de amarse, y no fallecer jamás
mientras durase su vida. Y tanto ardían ambos de amor que acordaron calmar
sus deseos secretamente. Y doña Lyonnesse aconsejó a sir Gareth que no
durmiese en otro lugar sino en la sala. Y le prometió ir a su cama poco antes
de la media noche.

No fue este consejo tan secretamente guardado que no fuera conocido;
pues eran ambos muy jóvenes, y de tierna edad, y no habían usado ninguna de
tales artes antes. Por donde la doncella Lynet se disgustó un poco, y juzgó que su hermana doña Lyonnesse era un poco impetuosa, ya que no podía esperar al
momento de su matrimonio; y para salvar su honra pensó deshacer sus
ardientes deseos. Y ordenó por sus artes sutiles de manera que no tuviesen sus
propósitos el uno con el otro, en cuanto a sus placeres, hasta que estuviesen
casados.

Y pasó el tiempo. Después de cenar se fueron todos, de manera que cada
señor y dama se retiró a descansar. Pero sir Gareth dijo claramente que no se
iría de la sala; pues en tales lugares, dijo, convenía a un caballero andante
tomar su descanso; así que fueron ordenadas grandes colchas, y sobre ellas
lechos de plumas, y allí se acostó él a dormir; y al poco rato vino doña
Lyonesse, envuelta en un manto forrado de armiño, y se acostó junto a sir
Gareth. Y seguidamente comenzó él a besarla.

Y miró entonces ante sí, y percibió y vio venir un caballero armado, con
muchas lumbres alrededor suyo; y tenía este caballero en la mano una larga
hacha de guerra, y hacía terrible ademán de ir a golpearle. Cuando sir Gareth
le vio entrar en esa guisa saltó de la cama, tomó la espada en su mano, y saltó
derecho hacia aquel caballero. Y cuando el caballero vio venir a sir Gareth tan
fieramente sobre él, le atravesó de una estocada el grueso del muslo, de
manera que le hizo una herida del ancho de una mano, y le cortó muchas venas
y tendones. Y seguidamente sir Gareth le asestó tal golpe sobre el yelmo que
cayó de bruces; saltó entonces encima de él, le desenlazó el yelmo, y le cortó
la cabeza del cuerpo. Pero él sangraba tanto que no podía tenerse en pie, se
echó sobre la cama, y allí se desvaneció y quedó como muerto.

Entonces doña Lyonesse se puso a dar voces, de manera que la oyó su
hermano sir Gringamore, y bajó. Y cuando vio a sir Gadeth tan
vergonzosamente herido se disgustó grandemente, y dijo: «Tengo vergüenza
que este noble caballero sea honrado de esta manera. Hermana —dijo sir
Gringamore—, ¿cómo puede ser que estéis aquí, y esté herido este noble
caballero?»

—Hermano —dijo ella—. No os sé decir, pues no ha sido hecho por mí, ni
por mi acuerdo. Pues él es mi señor y yo soy suya, y él ha de ser mi marido;
por ende, hermano mío, quiero que sepáis que no me avergüenza estar con él,
ni hacerle todo el placer que pueda.

—Hermana —dijo sir Gringamore—, y yo quiero que sepáis, y sir Gareth,
que no ha sido hecha por mí, ni por mi acuerdo, esta malaventurada acción.

Y le restañaron la sangre lo mejor que pudieron, y sir Gringamore y doña
Lyonesse hicieron gran lamentación.

Y en eso vino doña Lynet, tomó la cabeza a la vista de todos, y le untó un
ungüento por donde había sido tajada; y lo mismo hizo a la otra parte donde había estado unida, y la juntó luego, y quedó tan unida como había estado
siempre. Y se levantó el caballero ligeramente, y la doncella Lynet lo metió en
su cámara. Todo esto vieron sir Gringamore y doña Lyonesse, y también sir
Garreth; y entendieron bien que había sido la doncella Lynet, la cual había
pasado con él los pasos peligrosos.

—¡Ah, doncella! —dijo sir Gareth—, no creía yo que haríais como habéis
hecho

—Mi señor Gareth —dijo Lynet—, confieso haber hecho todo esto, y que
todo lo hecho será para vuestra dignidad y honra, y la de todos nosotros.
Y al poco rato sir Gareth estuvo casi sano, y se volvió alegre y jocundo, y
cantó, danzó, y jugó; y él y doña Lyonesse estaban inflados de ardiente amor
que convinieron que a la décima noche iría ella a su cama. Y ya que había sido
herido antes, puso su armadura y su espada al lado de la cama.

El Rey Arturo y los Caballeros de la
 Mesa Redonda
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