CAPITULO 20

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Cómo sir Beaumains fue detrás para rescatar a su enano, y entró en el
castillo donde estaba

Entonces sir Beaumains se puso el yelmo en seguida, se abrochó el escudo,
tomó el caballo, y fue tras él todo lo aprisa que podía cabalgar por marjales,
campos y grandes valles, de manera que muchas veces su caballo se hundía
hasta la cabeza en profundos lodazales, ya que no conocía el camino, sino
tomaba en su ira la más derecha vía, al extremo que muchas veces estuvo a
punto de perecer. A la postre, acertó a salir a un camino verde donde topó con
un hombre pobre del país, al que saludó y preguntó si no se había cruzado con
un caballero sobre un caballo negro, con arnés todo negro, y un pequeño
enano sentado detrás con gran congoja.

—Señor —dijo el hombre pobre—, por aquí ha pasado tal caballero, sir
Gringamore, con ese enano gimiendo como decís; y por ende os aconsejo que
no le sigáis, pues es uno de los caballeros más peligrosos del mundo; y su
castillo está a sólo dos millas de aquí; por ende os aconsejo que no vayáis tras
de sir Gringamore, a menos que le debáis buena voluntad.

Y dejamos a sir Beaumains cabalgando hacia el castillo, y hablamos de sir
Gringamore y el enano. Luego que estuvo el enano en el castillo, doña
Lyonesse y su hermana doña Lynet preguntaron al enano dónde había nacido
su amo, y de qué linaje venía. «Y a menos que me lo digas —dijo doña
Lyonesse—, no escaparás de este castillo, sino quedarás aquí prisionero para
siempre.»

—En cuanto a eso —dijo el enano—, no temo grandemente decir su nombre, y de qué linaje viene. Sabed bien que es hijo de un rey, y que su
madre es hermana del rey Arturo, y es hermano del buen caballero sir Gawain,
y es su nombre sir Gareth de Orkney. Y ahora que os he dicho su verdadero
nombre, os ruego, gentil señora, que me dejéis ir a mi señor otra vez, pues no
saldrá de este país hasta que me tenga otra vez. Y si se enoja, puede hacer
mucho daño antes de sosegarse y moveros contienda en este país.

—En cuanto a esa amenaza —dijo sir Gringamore—, comoquiera que sea,
iremos a cenar.

Y se lavaron y fueron a cenar, y holgaron y se solazaron, y por estar allí
señora Lyonesse del Castillo Peligroso, hicieron gran alegría.

—En verdad, señora —dijo Lynet a su hermana—, bien puede ser hijo de
rey, pues hay muchas y buenas virtudes en él; es cortés, amable, y el hombre
más paciente que he conocido, pues me atrevo a decir que ninguna dueña ha
injuriado jamás a un hombre tan cruelmente como yo le he reprochado, y todas
las veces me ha dado él graciosas y gentiles respuestas.

Y mientras así departían, llegó sir Gareth a la puerta con airado continente
y la espada desenvainada en la mano, y dijo a grandes voces para que pudiese
oírlo todo el castillo: «¡Sir Gringamore, traidor, devuélveme a mi enano, o por
la fe que debo a la orden de caballería, que te haré el quebranto que pueda!»

Entonces sir Gringamore se asomó a la ventana y dijo: «Señor Gareth de
Orkney, deja tus palabras soberbias, o no volverás a tener a tu enano.»

—Caballero cobarde —dijo sir Gareth—, tráelo contigo, y ven a hacer
batalla conmigo, y quédatelo si lo ganas.

—Así lo haré —dijo sir Gringamore—, si me place; pero pese a todas tus
grandes palabras, no lo tendrás.

—¡Ah, gentil hermano! —dijo doña Lyonesse—, quisiera que tuviese a su
enano otra vez, pues no quisiera que se enojase, pues ahora que me ha dicho
todo mi deseo no quiero guardar más a su enano. Y también, hermano, ha
hecho mucho por mí, y librado del Caballero Bermejo de las Landas
Bermejas; y por ende, hermano, le debo mi servicio más que a ningún
caballero de cuantos viven. Y sabe bien que lo amo por encima de todos, y
mucho me placería hablar con él. Pero por ninguna manera quiero que sepa
quién soy, sino que me tome por una dama extraña.

—Bien —dijo sir Gringamore—, ya que sé ahora vuestra voluntad, le
obedeceré.

Y bajó seguidamente a sir Gareth, y le dijo: «Señor, os suplico merced, y
todo el agravio que os he hecho quiero enmendar a vuestra voluntad. Y por
ende, os ruego que os apeéis, y aceptéis toda la buena acogida que yo pueda haceros en este castillo.»

—¿Tendré a mi enano? —dijo sir Gareth.

—Sí, señor, y todo el placer que pueda haceros, pues luego que vuestro
enano me dijo quién sois, y de qué sangre venís, y qué nobles hazañas habéis
hecho en estas marcas, me arrepentí de mi acción.

Entonces se apeó sir Gareth, vino allí su enano y le tomó el caballo.

—¡Oh, compañero mío —dijo sir Gareth—, muchas son las aventuras que
he tenido por ti!

Y sir Gringamore lo tomó por la mano y lo llevó a la sala donde estaba su
mujer.

El Rey Arturo y los Caballeros de la
 Mesa Redonda
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