CAPÍTULO 30

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Cómo, sir Gareth fue espiado por los heraldos, y cómo escapó del campo

«Aunque antes era de muchos colores, y ahora es sólo de uno; que es
amarillo. Así que id —dijo el rey Arturo a varios heraldos—, cabalgad junto a
él, y espiad qué caballero es; pues he preguntado a muchos caballeros este día
que están en su bando, y todos dicen que no lo conocen.»

Y cabalgó un heraldo lo más cerca que pudo de Gareth, y vio escrito sobre
su yelmo, en oro: «ESTE YELMO ES SIR GARETH DE ORKNEY.»

Entonces gritó el heraldo como si estuviese fuera de sí, y muchos heraldos
con él: «¡Este es sir Gareth de Orkney de las armas amarillas!»; de manera que
todos los reyes y caballeros del rey Arturo le observaron y acecharon; y todos
se empujaban para verle, mientras los heraldos no cesaban de gritar: «¡Éste es
sir Gareth de Orkney, hijo del rey Lot!»

Y cuando sir Gareth vio que había sido descubierto, entonces dobló sus
golpes y derribó a sir Sagramore, y a su hermano sir Gawain.

—¡Oh, hermano! —dijo sir Gawain—, creí que no me herirías.

Y cuando le oyó decir eso, arremetió aquí y allá, y con gran esfuerzo salió
de la multitud, y fue a su enano.

—¡Ah mancebo! —dijo sir Gareth—, mal me has engañado tú este día al
guardarte mi anillo; devuélvemelo en seguida, que pueda ocultar mi cuerpo
con él —y se lo tomó.

Y ninguno supo entonces qué había sido de él; y en alguna manera sir
Gawain había visto adonde cabalgaba sir Gareth, y fue en pos suyo con toda
su fuerza. Se dio cuenta sir Gareth, y se metió ligero en la floresta, por donde
sir Gawain no supo qué fue de él. Y cuando supo sir Gareth que sir Gawain
había pasado, preguntó al enano cuál sería el mejor consejo.

—Señor —dijo el enano—, creo que sería mejor, ahora que habéis
escapado de que os vean, que enviéis a mi señora doña Lyonesse su anillo.

—Bien aconsejado está —dijo sir Gareth—; toma y llévaselo, y di que me
encomiendo a su buena gracia; y dile también que iré cuando pueda, y le ruego que sea verdadera y fiel a mí como yo lo seré a ella.

—Señor —dijo el enano—, será hecho como vos mandáis —y así
emprendió el camino, y llevó su mandado a la dama.

Entonces dijo ella: «¿Dónde está mi caballero, sir Gareth?»

—Señora —dijo el enano—, me manda deciros que no estará mucho
tiempo lejos de vos.

Y volvió el enano con diligencia a sir Gareth, que mucho le habría querido
tener aposentamiento, pues tenía necesidad de reposarse. Y entonces cayó una
tormenta y lluvia, como si cielo y tierra se juntasen de golpe. Y sir Gareth
estaba no poco fatigado, pues en todo ese día había tenido muy poco descanso,
su caballo y él. Y cabalgó este sir Gareth mucho tiempo por aquella floresta,
hasta que vino la noche. Y no paraba de relampaguear y de tronar
furiosamente. A la postre llegó por fortuna a un castillo, y allí oyó a los
guardias arriba en los muros.

El Rey Arturo y los Caballeros de la
 Mesa Redonda
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