CAPITULO 11

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De un gran torneo hecho por el rey Arturo y los dos reyes Ban y Bors. Y
las huestes de los reyes Ban y Bors

Y el rey Arturo y los dos reyes hicieron partirse los setecientos caballeros
en dos bandos. Y trescientos caballeros del reino de Benwick y de Gaula se
pusieron en el otro lado. Enderezaron entonces sus escudos, y comenzaron a
bajar sus lanzas muchos buenos caballeros. Fue Griflet el primero que se
encontró con un caballero, un tal Ladinas; y se encontraron con tanta gana que
todos los hombres tuvieron asombro; y lucharon de tal manera que sus escudos
saltaron en pedazos, y cayeron a tierra hombre y caballo; y yacieron tanto
tiempo el caballero francés y el caballero inglés que todos creyeron que habían
muerto.

Cuando Lucan el Mayordomo vio yacer de esa manera a Griflet, enseguida
lo subió otra vez a caballo, y ambos hicieron maravillosos hechos de armas
con muchos caballeros noveles. También sir Kay salió de una emboscadura
con cinco caballeros con él, y los seis derribaron a otros tantos. Pero sir Kay
hizo ese día maravillosos hechos de armas, de manera que no hubo ninguno
que lo hiciese tan bien como él ese día. Entonces vinieron Ladinas y Gracian,
dos caballeros de Francia, y lo hicieron muy bien, de manera que todos los
alabaron. Entonces vino sir Placidas, un buen caballero, se encontró con sir
Kay y lo derribó, hombre y caballo, por donde se enojó sir Griflet, y se
encontró con sir Placidas con tal saña que hombre y caballo cayeron a tierra.
Pero cuando los cinco caballeros supieron que sir Kay había tenido una caída,
se pusieron fuera de sí, y al punto cada uno de los cinco derribó un caballero.

Cuando el rey Arturo y los dos reyes vieron que empezaba a crecer el
enojo en ambos bandos, saltaron sobre dos pequeñas hacaneas y mandaron
pregonar que todos los hombres debían volverse a sus posadas. Así que
volvieron, se desarmaron, y fueron a vísperas y a cenar. Después se retiraron
los tres reyes a un jardín, y dieron el precio a sir Kay, a Lucan el Mayordomo
y a sir Griflet. Seguidamente fueron a consejo, y con ellos Gwenbaus,
hermano de sir Ban y Bors, un clérigo sabio, y también Ulfius y Brastias y
Merlín. Y después de celebrado el consejo se fueron a dormir.

Y por la mañana oyeron misa, fueron a comer, y a su consejo, y tuvieron
muchas disputas sobre qué era lo mejor hacer. A la postre concluyeron que
Merlín debía ir con una contraseña del rey Ban, la cual sería un anillo, a sus
hombres y los del rey Bors; y Gracian y Placidas se volviesen para guardar sus
castillos y sus países, como el rey Ban de Benwick y el rey Bors de Gaula les
habían ordeñado, así que pasaron la mar, y llegaron a Benwick. Y cuando las
gentes vieron el anillo del rey Ban, y a Gracian y Placidas, se alegraron, y
preguntaron cómo se hallaban los reyes, e hicieron gran alegría al saber que
estaban bien. Y según el deseo de sus señores soberanos se aprestaron los hombres de guerra con toda la prisa posible, de manera que se reunieron
quince mil a caballo y a pie, con gran cantidad de vituallas con ellos, por
provisión de Merlín. Pero Gracian y Placidas se quedaron para abastecer y
guarnecer los castillos, por temor al rey Claudas.

Pasó Merlín, pues, la mar bien abastecido por agua y por tierra. Pero al
llegar a la mar envió a los de a pie de regreso otra vez, y no llevó consigo sino
a diez mil de a caballo, hombres de armas la mayor parte; y embarcó y pasó a
Inglaterra, y desembarcó en Dover. Y por ardid de Merlín, condujo la hueste
hacia el norte, por el camino más apartado que se podía pensar, hasta la
Floresta de Bedegraine, y allí, en un valle, los aposentó secretamente.

Entonces fue Merlín a Arturo y a los dos reyes, y les contó cómo había hecho,
por donde fueron muy maravillados que un hombre terrenal pudiese ir y volver
tan presto. También les dijo Merlín que tenía diez mil hombres en la Floresta
de Bedegraine, bien armados en todos los puntos. Entonces no hubo más que
decir, sino montó la hueste a caballo, como Arturo había dispuesto antes. Y
marchó con treinta mil día y noche. Pero Merlín había dado ordenanza que
ningún hombre de guerra anduviese a pie ni a caballo por ningún campo a este
lado del Trent, a menos que tuviese contraseña del rey Arturo, por lo que los
enemigos del rey no osaron andar como hacían antes para espiar.

El Rey Arturo y los Caballeros de la
 Mesa Redonda
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