Capítulo 42 | Los fantasmas de Dartmoor

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 Una vez pasado el susto de mi desaparición, las bromas y reproches no se hacen esperar

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 Una vez pasado el susto de mi desaparición, las bromas y reproches no se hacen esperar. No tengo problema con ello siempre y cuando mis padres no se enteren. Montarían una escena y luego no querrían permitirme salir de nuevo hasta finalizada su paranoia.

 Despertamos poco después de la salida del sol para recorrer Dartmoor. Es una zona del condado donde prevalecen las historias sobrenaturales. A mí me aterra la idea de visitar las ruinas del castillo de Okehampton —pues todos aseguran que está encantado—, pero mis tres acompañantes parecen obsesionados con la idea de ir.

 Aunque en un principio parece que hará un día muy bonito, unas nubes negras no tardan en hacerse con la totalidad del firmamento. Por supuesto que no son de lluvia, sino algo más... Poderoso. Los abuelos de Stella nos aconsejan posponer la salida para otro día, pero todos están encaprichados con salir de todos modos, así que no me queda más opción que seguirlos.

 Antes de salir de la granja preparo una pequeña mochila con cosas básicas. Tengo mi teléfono, auriculares, una botella de agua y un abrigo, pues no me extrañaría que la mañana acabe poniéndose ventosa por la tormenta que se avecina. Me aseguro de llevar, además, algo de dinero por si acaso.

 Donovan condujo durante el viaje de ida y Stella lo hará a la vuelta, así que Bruce es el conductor designado para los recorridos intermedios. Ojalá pudiera hacerlo yo, pero a mí nadie me enseña. Mi padre se reiría en mi cara antes que prestarme su coche.

 La hora y media se pasa rápido. El paisaje es absolutamente hermoso, no puedo sino admirarlo. La belleza del recorrido acaba dejándome embelesada. Por primera vez me siento a gusto de ir junto a la ventana y no en el asiento del medio.

 —¡Miren esas vistas! —exclama Stella, asomando la cabeza. Desde aquí ya pueden observarse las ruinas, erigidas en una especie de colina— ¡Vamos, Bruce! ¡Aparca de una maldita vez!

 Donnie y yo nos reímos por su desenfrenado entusiasmo, mientras Chico Bestia se limita a poner los ojos en blanco. Sin embargo, no parece molestarse realmente. Ah, pero si lo hago yo seguro monta una escenita hater.

 A lo lejos, oímos algunos truenos. El cielo comienza a refulgir, y si bien no quiero salir del auto con tormenta —menos aún tratándose de un sitio supuestamente encantado—, no me queda más remedio que seguirlos. Con un poco de suerte acaben recapacitando, o tal vez resulte mejor y el temporal no nos alcance mientras estemos aquí.

 Hoy no hay turistas a la vista. Parece que tenemos el sitio para nosotros solos.

 —Bueno, ¿pintamos las ruinas? —bromea Donovan.

 —Ya te estabas tardando —Bruce le sigue el juego.

 —¿Podemos tomarnos una foto? —pregunto, esperanzada de tener un bonito recuerdo. Sólo espero que no salga un fantasma de fondo.

 —Seguro. Pero primero, ¿me tomarías una foto con Donnie, Bai? Luego puedo sacarte una con Bruce.

 Por fuera me muestro impasible, mas en el interior tengo la mandíbula desencajada. ¡Lo está haciendo a propósito! Incluso los chicos se han dado cuenta. Chico Bestia se rasca la oreja distraídamente, pretendiendo no haber oído, mientras Donnie aparta la vista, alzando las cejas. Por Dios, con amigas así, ¿para qué quiero enemigas?

En pocas palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora