Capítulo 39 | Lo bello de la cotidianidad

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 Abro los ojos sintiendo un dolor de cabeza demencial

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 Abro los ojos sintiendo un dolor de cabeza demencial. Vuelvo a cerrarlos, como si eso fuera a calmarlo. Puedo percibir mi estómago hinchado y revuelto. La resaca está pasándome factura.

 Haciendo acopio de todas mis fuerzas, me incorporo lentamente sobre la cama. Inicialmente estoy algo desorientada, sin reconocer dónde estoy. La habitación se ve ligeramente iluminada, pues la persiana está a medio alzar.

 Tras algunos segundos de confusión, reconozco el dormitorio de Donovan. No hay rastro suyo o de Stella, asumo que se habrán levantado ya. Ni siquiera sé qué hora es.

 Bajo los pies de la cama y pateo accidentalmente una cubeta... toda vomitada. Diablos, esto sólo se pone peor. Tras pisar por error mi propia porquería, exclamo un improperio en voz más alta de la que me gustaría, haciendo que, por un segundo, sienta cómo me estalla la sien.

 La puerta de mi cuarto —bueno, no es el mío...— se abre de pronto, supongo que después de haber oído que hay signos de vida inteligente —ok, precisamente eso no, ya entendí—. El rostro de Donovan aparece, y su expresión se torna enojada al ver mis fluidos desparramados por el piso.

 —Eres un asco, Bailey —sentencia, irritado—. Dejamos el recipiente al costado de la cama justamente para no ensuciar. Iré a buscar algo para limpiar eso.

 Entre la resaca, que acabo de despertar, y ahora todo es un desastre, comienzo a ponerme de malhumor. Sumado a lo anterior, Donnie está molesto conmigo y me lo hará saber.

 —Hey, ¿está todo bien? —pregunta Stella en voz baja asomando la cabeza por la puerta— Acabo de volver del minimarket.

 —Me duele todo y acabo de pisar mi propio vómito —bufo.

 —Te deje una pastilla y un vaso de agua en la mesita de luz.

 Giro la cabeza siguiendo sus indicaciones hasta dar con ambos. Suspiro y los tomo. En eso, mi mejor amigo entra a toda velocidad y me deja artículos de limpieza aquí junto.

 —Hazte cargo de asear todo cuando te sientas mejor.

 —¡Donovan! —lo reprende su novia.

 —¿Qué? No quiero limpiar su mierda —protesta—. Ya bastante que nos la trajimos anoche. Yo quería seguir allá.

 —¿Qué hora es? —pregunto, por toda respuesta.

 —La del almuerzo. He comprado algo para que comamos.

 Bien, por lo menos no estoy llegando tarde a trabajar. Como siempre, estaré yendo con el tiempo justo, pero si me apresuro a hacer las cosas no debería demorarme demasiado.

 Antes de ponerme a trapear el vómito, decido darme un baño. Stella me presta algo de ropa porque sería inapropiado ir con el vestido de la fiesta. De todos modos, sus conjuntos me quedan apretados y largos. Es alta y delgada, mientras que yo soy más bien ancha y pequeña. Al mirarme en el espejo me siento fuera de lugar, pero es lo que hay; no tengo tiempo de pasar por casa.

En pocas palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora