Capítulo 31 | Pacto de perras

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 Esperar en la oficina de la secretaria —aquella que antecede al despacho del director— no sería tan tedioso de no ser por el tecleo constante de la empleada, que parece no tener mucha idea de cómo se usa una computadora

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 Esperar en la oficina de la secretaria —aquella que antecede al despacho del director— no sería tan tedioso de no ser por el tecleo constante de la empleada, que parece no tener mucha idea de cómo se usa una computadora. Escribe utilizando los índices de ambas manos a un ritmo lento que comienza a impacientarme. La chica punk parece estar igual que yo, al borde del colapso.

 Observo con interés a mi alrededor. En vista de que no puedo conversar con nadie para entretenerme, o siquiera utilizar mi celular, encuentro como único remedio poner atención a los detalles que me rodean. He visitado antes esta oficina, pero nunca la vi realmente.

 Me gustaría hacer una descripción escueta pero bien lograda, mas todo lo que puedo decir es que el lugar es simple y aburrido. Tiene un escritorio y sillas de madera, paredes de un amarillo viejo despintado y un reloj cuyo sonido te taladra el cerebro. ¿Algo más austero? Imposible.

 —Necesito salir por un momento —anuncia la mujer que ronda los cincuenta levantándose de su puesto—. Esperen aquí, regreso en seguida.

 Su aclaración está de más, no es como si fuéramos a escapar —al menos, yo no—. Me limito a limpiarme las heridas de la cara con el kit que me entregaron de la enfermería hace no mucho, y no puedo evitar hacer una mueca al pasarme el algodón con alcohol en el rasguño más grande.

 Me cae el peso de la situación encima al pensar en lo que vayan a decirme mamá y papá. Es la primera vez en lo que a mi vida escolar respecta que encaro problemas de esta índole. Supongo que eso será suficiente para que no las tomen conmigo de forma tan exagerada, pero aun así... Sus reacciones siguen resultándome inciertas e impredecibles.

 Miro de reojo a mi compañera. Pasados unos cuantos minutos del incidente noto cuan equivocada estuve al comportarme igual que ella. Obviamente me hubiese defendido, pero arrojarle la bebida en la cara no fue la mejor de las ideas. No soy una persona que guste del pleito, menos aún de lastimar. ¿Por qué rayos me porté de ese modo?

 —Escucha —le digo finalmente, cediendo a la curiosidad acerca de qué fue lo que nos trajo hasta aquí—. ¿Por qué decidiste tomarlas conmigo? Entiendo que no te caigo bien, pero de ahí a buscar una pelea hay una brecha grande, y no te conozco lo suficiente como para saber si es una actitud normal o no en ti.

 —No te hagas la desentendida, Monroe. Sabes perfectamente tu rol en esto —responde jugueteando con sus uñas. Físicamente soy quien acabó peor, pero ella continúa empapada. Aún no le traen una camiseta para que se cambie la suya.

 —Te prometo que no lo sé. No puedo adivinarlo. Dime qué es lo que te molesta tanto. Hablando se entiende la gente —es un poco irónico que lo diga después de que montamos una pelea en la cafetería, pero ¿qué más da?

 La chica punk dirige sus ojos marrones hacia mí. Sostengo la mirada, necesito que sepa que estoy hablando en serio. Después de unos instantes que se me antojan eternos, suspira. Creo que comienza a preguntarse si, efectivamente, estoy diciéndole la verdad.

En pocas palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora