Capítulo 43 | Tormenta no es sólo lo que hay afuera

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 Bruce se acomoda boca arriba

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 Bruce se acomoda boca arriba. La luz de la vela parpadea por una fracción de segundo, amenazando con consumirse. Afortunadamente, no lo hace. Siento que me hago más pequeña con cada instante que pasa, preocupada por el nivel de humillación que vayan a propiciarme mis propias palabras.

 Una luz se filtra a través de las ventanas, encegueciéndonos de repente. Acto seguido, un trueno hace retumbar la casa entera. Ese rayo ha caído más cerca de lo que me gustaría. Me sobresalto en mi sitio, tapándome hasta la cabeza y con el corazón desbocado por la sorpresa. Mi compañero se inquieta por un momento también, mas recobra la compostura a mayor velocidad que yo.

 —Por tu voz, creo que llorabas —comienza, dudoso. Vacila ligeramente al hablar, pues tal vez se le dificulta un poco recordar la cronología con exactitud—. Te oías bastante angustiada.

 Ya empezamos mal. Entierro la cabeza en la almohada, asegurándome de taparla por completo con mi propio cabello. Siento mis orejas arder de lo denigrante que resulta.

 —¿Qué decía?

 —Lo primero fueron balbuceos. Te trababas con tus propios términos. Después mencionaste algo sobre que besaste a O'Callaghan, e insististe para saber qué tenía para decir sobre eso.

 —¿Qué respondiste? —es embarazoso preguntarlo, pero necesito saber dónde estoy parada.

 —"¿Qué se supone que debería decirte al respecto?" fue lo que contesté. Tú dijiste "algo, lo que sea". Comenzabas a irritarte.

 —¿Y luego? —insisto.

 —¿Quieres parar? —suelta con fastidio, luego de verse interrumpido de nuevo— Te dije que bien por ti. Donovan mencionó un par de veces que te gusta Samuel, así que asumí que querías que te felicitara o algo. Eso hizo que te molestaras aún más y negaras reiteradas veces tu atracción hacia él.

 —Sospecho que aquí se viene la peor parte —comento para mí.

 Agradezco que Chico Bestia esté contándome la situación con tanto tacto. Si bien tiene una posición ventajosa en este momento, no utiliza la información que ofrecí involuntariamente en mi contra.

 —Después me dijiste que te gusto —noto que resulta igual de embarazoso para él—, y me preguntaste si tú a mí también, aunque sea un poco.

 —¿Qué me respondiste? —no quiero escuchar el "que no", incluso si lo necesito. Soy un manojo de nervios ahora. La pregunta me sale por inercia.

 —No lo hice.

 —Qué grosero, ¿por qué? —cuestiono, más allá de mi evidente humillación.

 —¿Quieres callarte? —resopla— Ni siquiera me dejas terminar. Decía que no te respondí porque cortaste la llamada en ese momento.

 Ambos nos sumimos en un incómodo silencio durante algunos minutos. Aprecio que me lo haya contado todo, pero no puedo seguir con esto. Es completamente penoso. Me doy la vuelta, lista para intentar dormir —esta vez de verdad—, pero oigo un siseo. Es él.

En pocas palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora