Capítulo 5: Luz Entre La Oscuridad

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Cuando su señor entró por fin en el centro de reuniones muchos de los presentes se quedaron sorprendidos. Era cierto que tenían reunión, pero a juzgar por los gritos que se oían hacía tan sólo unos minutos su Señor tenía cosas más emocionantes que hacer aquella noche. Mucho más emocionantes que escuchar unos cuantos informes sobre ataques a poblaciones muggles o pequeños pueblos de la comunidad mágica, que era sobre lo que habían hablado durante todas las reuniones de las pasadas semanas, pues desde la captura de Harry Potter y la unión definitiva de los Dementores a su lado, con la consiguiente liberación de los presos que aún había en Azkaban, se habían dedicado casi exclusivamente a divertirse y a observar los movimientos de la Orden, cosa bastante divertida dado que -por mucho que se esforzaban -no se acercaban en absoluto al paradero de Harry. Por tanto aquellas reuniones no tenían un especial interés, tan sólo les hacía reunirse y poder hablar entre ellos, pero no eran nada verdaderamente importante para el Lord.

Sin embargo cierto rubio entre los Mortífagos que no le miró con sorpresa, sino con alivio y algo de miedo. Se sentía aliviado de no seguir oyendo aquellos gritos. Sabía que algo así iba a pasar, por eso había intentado hacerle razonar antes de entregarle al Lord... e interiormente siempre había sabido que Potter no iba a hacerle ni caso. Ahora se preguntaba cual era el estado actual de Harry Potter. Nadie tenía la menor sospecha de cómo podía encontrarse, pero lo que todos sabían era que no estaba en ningún paraíso.

A una seña de su señor, Snape abandonó la sala, entendiendo sin palabras lo que el Lord le había ordenado. Era la orden que más a gusto había cumplido en toda su vida junto a Él. Se encaminó con paso rápido hacia la habitación del Lord.

Mientras, un chico de cabellos azabaches y ojos verdes inundados de lágrimas se acurrucaba en una esquina de una habitación completamente verde, incapaz de moverse de donde había sido arrojado sin el menor cuidado por su verdugo. Temblaba sin control y apenas era capaz de respirar normalmente. Cualquier cambio de postura era un infierno. Todo el cuerpo le dolía, cada respiración hacía que los músculos de todo el pecho se encogiesen y expulsasen el aire. Le costaba un horrible esfuerzo respirar, sangraba copiosamente por todas partes y le dolía cada fibra de todo su ser, pero no sólo sentía dolor físico. Y el otro dolor era aun peor. No había podido resistir, había suplicado. Le había pedido clemencia al asesino de sus padres, había roto una promesa que se había hecho a sí mismo: la de nunca someterse a aquel ser. La había roto y ya no quería vivir. Podía ser un deseo egoísta, pues con su muerte la comunidad mágica perdía toda esperanza u oportunidad que pudiese tener contra Voldemort, pero a Harry no le importaba. En esos momentos le daba igual el resto del mundo. Sólo deseaba morir para acabar con aquello. No podía pensar en nada que no fuesen las horribles maldiciones que habían maltratado su cuerpo durante lo que le parecieron horas en aquella celda, ni siquiera recordaba que Voldemort le había llevado a rastras -no porque se negase sino porque no era capaz de mover un sólo músculo- a la habitación donde se encontraba, y mucho menos recordaba el incidente que había provocado todo aquello. Sólo era capaz de sentir dolor, físico y psicológico, pues acababa de traicionar a sus amigos, a su familia, a la memoria de Sirius, Dumbledore y sus padres y, lo peor de todo, se había traicionado a sí mismo. Y nunca podría perdonárselo.

La puerta se abrió haciendo algo de ruido, pero Harry no se inmutó. No parecía estar allí. Snape sintió un escalofrío al verle: acurrucado en una esquina, la cara oculta entre las rodillas, los brazos alrededor de éstas, apretándolas contra su pecho. Snape sabía que las maldiciones del Lord rara vez dejaban marcas externas, no por ello siendo menos dolorosas. Por eso ver al chico así, sangrando, con las ropas rasgadas por todas partes, sudoroso... completamente destrozado... le estremeció.
Harry temblaba sin control. Y, lo que verdaderamente asustó al ex profesor: lloraba. El temblor de sus hombros era lo único que le delataba, pues ningún quejido o suspiro salía de sus labios. ¿Qué podía decirle? Sabía que no era la mejor compañía para el chico en esos momentos, pero no estaba allí solamente porque se lo hubiese ordenado su Señor. Realmente quería cumplir esa orden.

Secuestrado [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora