Capítulo 39: Silenciosas Promesas

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La noche siguiente a su conversación con Dumbledore, Harry no pudo dormir. No hubo más sueños, no hubo más despertares sonrientes. Tampoco más pesadillas como la de la noche anterior. Por la sencilla razón de que no fue capaz, siquiera, de cerrar los ojos.
Porque los tenía abiertos por el miedo. Y no el usual y acostumbrado miedo a las pesadillas, sino uno más reciente y espantoso. El miedo a la realidad. Por una vez en su vida, deseaba que Dumbledore no le hubiese dicho la verdad, que le hubiese ocultado los detalles dolorosos, como solía hacer en vida, comportamiento que hasta entonces había exasperado a Harry. Fue en ese momento cuando el chico se dio cuenta de que, a veces, es más fácil vivir en la ignorancia. Porque por lo que no se sabe no se puede sufrir.

Durante el día estuvo esquivo, enfadadizo. No deseaba hablar con nadie y tampoco quería que nadie le hablase. Quería estar sólo, que nadie le molestase, que nadie estuviese a su lado. Porque sabía que ellos lo notarían. Y preguntarían. Y él, de momento, no quería hablar sobre eso. No quería hablarlo por una sencilla razón, porque si lo hacía, si lo decía en voz alta -cosa que no se había permitido hacer ni en el despacho de Dumbledore- sentía que ya no habría marcha atrás. Habría formulado y expuesto su teoría sin estar preparado para aceptarla. Y aunque no estaba seguro de ser capaz de aceptarla en algún momento de su vida, deseaba esperar. Al menos hasta haberlo digerido. Un poco. Una mínima parte. Lo imprescindible para no enloquecer.

Ese día, Harry no se dio cuenta de que la juguetona mano de Alan se acercaba a él en más de una ocasión para segundos después permanecer suspendida en el aire unos instantes, antes de alejarse de nuevo. No se dio cuenta de la mirada preocupada que el chico le dirigió en más de una ocasión, y ni siquiera reaccionó cuando más de un profesor le llamó bruscamente la atención.

Por las noches, volvieron las usuales pesadillas, y al cuarto día Harry despertó en mitad de una espesa negrura, con un nudo en la garganta, la boca seca, el corazón desbocado y unas tremendas ganas de llorar que no intentó reprimir. Cuando a la mañana siguiente se metió en la ducha, justo en el momento en el que Alan salía de la misma, no se quedó embelesado con sus ojos y su cuerpo, sino que se apresuró a desviar la mirada mientras era presa de un súbito acceso de terror.
Se metió apresurado en la ducha, y mientras el cálido chorro de agua caía sobre su cuerpo, se esforzó por acallar los sollozos incontenibles que abandonaban su garganta. Las lágrimas cayeron libres por sus mejillas, confundiéndose con gotas de agua que chorreaban de su cabello.

Se esforzó, mientras se enjabonaba el cuerpo, en pensar en otra cosa. Y Alan fue lo único que le vino a la mente. Alan y los días pasados desde aquella fatídica noche en la que Ron había sido introducido en esa pesadilla de la forma más brusca. Alan y los sueños que, hasta hacía relativamente poco, le habían despertado. Sueños. No pesadillas. Y tras el recuerdo de esos sueños, de esas noches, vino a su mente algo que se había esforzado por olvidar. Aquel día. Aquel despertar. Aquel problema.

No hacía tanto de eso, realmente. Apenas unos pocos días, pues había ocurrido al principio de la semana, la noche anterior a esa conversación con Dumbledore. No hacía tanto, pues, desde que Harry se había dado cuenta de algo, algo en lo que no había caído hasta ese momento, en lo que no se había detenido a pensar. Se había dado cuenta del hecho de que, a pesar de todo, a pesar de todos, seguía siendo un adolescente hormonal, como todos los chicos de diecisiete años. Ese repentino descubrimiento por si solo no habría debido suponer ningún problema. Ni siquiera la manera en la que lo descubrió supuso ningún problema. A pesar de que el descubrimiento había venido motivado por un extraño suceso: su despertar a mitad de un inusual sueño húmedo... con uno de sus compañeros de cuarto como co -protagonista. Pero no era eso lo que había preocupado a Harry, para nada. De hecho ese sueño le había gustado bastante.
Lo que le había hecho desear que Alan dejase ese juego había sido lo que vinodespués del dichoso sueño. Lo que ocurrió cuando despertó excitado a mitad de la noche, cuando su mano viajó, más por instinto que por otra cosa, hacia abajo. Recorriendo un camino de sobra conocido a pesar de que no había sido trazado desde hacía tanto tiempo que Harry ni siquiera recordaba la última vez que lo habíahecho.

Secuestrado [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora